sábado, 30 de julio de 2016

HIROSHIMA Y NAGASAKI


Hiroshima


El 6 de agosto de 1945, la ciudad japonesa de Hiroshima, situada en Honshu, la isla principal del Japón, sufrió la devastación, hasta entonces desconocida, de un ataque nuclear. Ese día, cerca de las siete de la mañana, los japoneses detectaron la presencia de aeronaves estadounidenses dirigiéndose al sur del archipiélago; una hora más tarde, los radares de Hiroshima revelaron la cercanía de tres aviones enemigos. Las autoridades militares se tranquilizaron: tan pocos aviones no podrían llevar a cabo un ataque aéreo masivo. Como medida de precaución, las alarmas y radios de Hiroshima emitieron una señal de alerta para que la población se dirigiera a los refugios antiaéreos.
A las 8:15, el bombardero B-29, “Enola Gay”, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a little boy, nombre en clave de la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de un resplandor que iluminó el cielo. En minutos, una columna de humo color gris-morado con un corazón de fuego (a una temperatura aproximada de 4000º C) se convirtió en un gigantesco “hongo atómico” de poco más de un kilómetro de altura. Uno de los tripulantes de “Enola Gay” describió la visión que tuvo de ese momento, acerca del lugar que acaban de bombardear: “parecía como si la lava cubriera toda la ciudad”.

Tokio, localizado a 700 kilómetros de distancia, perdió todo contacto con Hiroshima: hubo un silencio absoluto. El alto mando japonés envió una misión de reconocimiento para informar sobre lo acontecido. Después de tres horas de vuelo, los enviados no podían creer lo que veían: de Hiroshima sólo quedaba una enorme cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y humo.

Nagasaki


Después de la explosión sobre Hiroshima, los norteamericanos esperaban la rendición inmediata de Japón. Pero esto no sucedió. El alto mando japonés dio por hecho que los Estados Unidos sólo tenían una bomba atómica y, ya que el daño estaba hecho, se mantuvieron en armas. Sin embargo, esta actitud de los japoneses fue prevista por los estadunidenses y, para demostrar que tenían más bombas y de mayor fuerza destructiva, arrojaron una segunda bomba.
El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el espectáculo de la aniquilación nuclear se repitió en Nagasaki, situada en una de las islas menores de Japón llamada Kyushu. El bombardero B-29, “Bock’s Car”, lanzó sobre esa ciudad industrial a fat boy, una bomba de plutonio, con la capacidad de liberar el doble de energía que la bomba de uranio.
Cinco días después, los japoneses se rindieron incondicionalmente ante las fuerzas aliadas. Con ello, la Segunda Guerra Mundial, que empezó en 1939, se dio por terminada.

Las bombas nucleares devastaron Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, los efectos del bombardeo sobre cada ciudad no fueron iguales: la situación geográfica de cada lugar influyó sobre el grado de destrucción. En Hiroshima, emplazada sobre un valle, las olas de fuego y radiación se expandieron más rápidamente y a mayor distancia que en Nagasaki, cuya orografía montañosa contuvo la expansión de la destrucción.

Dos kilómetros a la redonda de donde explotaron las bombas, la catástrofe fue absoluta: el fuego y el calor mataron instantáneamente a todos los seres humanos, plantas y animales. En esta zona no permaneció en pie ni una sola edificación y se quemaron además las estructuras de acero de los edificios de concreto. Las ondas expansivas de la explosión hicieron estallar vidrios de gran cantidad de ventanas situadas incluso a 8 kilómetros del lugar de la explosión. Los árboles fueron arrancados desde la raíz y quemados por el calor.

En algunas superficies, como los muros de edificios, quedaron plasmadas las “sombras” al carbón de las personas que fueron desintegradas repentinamente por la explosión.
El fuego se apoderó de las ciudades, especialmente de Hiroshima, donde se formó una “tormenta de fuego” con vientos de hasta 60 kilómetros por hora. Había incendios por todas lados. Miles de personas y animales murieron quemados, o bien sufrieron graves quemaduras e incluso heridas por los fragmentos de vidrio y otros materiales que salieron disparados por la explosión. Las tejas de barro de las casas se derritieron y la gran mayoría de las residencias de madera ardieron en llamas. Los sistemas telefónicos y eléctricos quedaron prácticamente arruinados. Se calcula que en Hiroshima desaparecieron cerca de 20 mil edificios y casas, y en Nagasaki quedó destruida el 40% de la ciudad.

Los daños fueron indescriptibles, pero la verdadera tragedia fue la pérdida masiva de vidas humanas. Hiroshima, con una población de 350 mil habitantes, perdió instantáneamente a 70 mil y en los siguientes cinco años murieron 70 mil más a causa de la radiación. En Nagasaki, donde había 270 mil habitantes, murieron más de 70 mil antes de que terminara el año y miles más durante los siguientes años. Se calcula que en total murieron cerca de 250 mil personas. La mayoría murió en el acto pero otros yacían retorciéndose en el suelo, clamando en su agonía por el intolerable dolor de sus quemaduras. Quienes lograron escapar milagrosamente de las quemaduras de la onda expansiva, murieron a los veinte o treinta días a consecuencia de los letales rayos gamma. Generaciones de japoneses debieron soportar malformaciones en sus nacimientos por causa de la radiactividad.

De acuerdo con los testimonios de quienes presenciaron la devastación, los sobrevivientes de la explosión parecían fantasmas que deambulaban entre cenizas y humo. Fantasmas sin pelo, pues se les quemó en la explosión, o fantasmas ciegos, que lo último que vieron fue el resplandor nuclear. Como la mayoría de los médicos y enfermeras estaban muertos o heridos, mucha gente herida no tenía a dónde ir, así que permanecían frente al lugar donde estuvo su casa, desolados. La gran mayoría de los habitantes de Hiroshima y Nagasaki estuvieron expuestos a la lluvia radiactiva y las consecuencias de esta exposición sobre sus cuerpos no fueron perceptibles de inmediato, en muchos casos pasaron días, meses y hasta años antes de que es manifestaran los síntomas del daño. 

El efecto psicológico inmediato a la destrucción fue la parálisis. La población entró en una especie de inacción. La limpieza de las ciudades y el rescate de cuerpos se organizó en algunos sectores varias semanas después de la explosión. Otro de los efectos que causó la explosión fue la sensación de terror constante.

Los supervivientes sufrieron grandes quemaduras y la mayoría murieron a causa de la radiación tiempo después.
La incursión de un solo avión en el cielo provocaba el pánico colectivo. En la conciencia histórica de Japón, la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki dejó una cicatriz imborrable.

La onda expansiva fue tal que la sombra de la gente calcinada quedaba impresa en el suelo.

Harry Truman era el presidente norteamericano que tomó la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Japón. Tanto Truman como el aparato militar y gubernamental alegaron que el uso de la bomba atómica ayudó a salvar miles de vidas, mismas que se hubieran perdido si la guerra hubiera continuado durante más tiempo. Otro argumento fue que los alemanes estaban desarrollando una bomba atómica que hubiera sido usada contra los aliados, si éstos no se hubieran adelantado a usarla en contra de Japón. También dijeron que las bombas atacaron exclusivamente blancos militares, dado que Nagasaki era una ciudad industrial donde había una acerera y una fábrica de torpedos.
 La memoria de Pearl Harbor sirvió de justificación. El 7 de diciembre de 1941 los japoneses habían tomado por sorpresa a los militares estadounidenses, atacando el puerto de Pearl Harbor. Ese día se hundieron 19 barcos y murieron cerca de 2 mil 400 soldados y marineros. El 6 y 9 de agosto de 1945, los norteamericanos sorprendieron a los japoneses, destruyendo no objetivos militares sino las ciudades de Hiroshima y Nagasaki con dos bombas nucleares. Sin embargo, el saldo de muerte de civiles entre los japoneses fue de 240 mil personas, 100 veces el daño causado en Pearl Harbor.

Los móviles fueron estrictamente políticos. Se buscaba la rendición total del Japón antes de que la Unión Soviética entrara de lleno a la guerra en Asia, y el país socialista fortaleciera su posición sobre esta zona. El 8 de Agosto de 1945 un millón y medio de rusos ataca Manchuria desde Siberia y lográ una victoria absoluta, en esta batalla perdieron la vida de 12.000 soldados rusos y 24.000 heridos.

Estados Unidos sabía que si usaba la bomba atómica no sólo inicidiría de manera determinante sobre la guerra, con el resultado a su favor; sino que la posesión de un arma con la capacidad de exterminio de una bomba nuclear lo colocaba a la cabeza de las naciones del mundo. El uso de la bomba fue una demostración de poder tan efectiva, que sus efectos disuasivos se han prolongan hasta nuestros días.




                    Testimonios de los Sobrevivientes 


Eiji Nakanishi


"Estaba en el salón de mi casa, con mis padres y mi hermana mayor, cuando estalló la bomba. Mi padre salió despedido al patio y el edificio se derrumbó por completo. Mi hermana me sacó de entre los escombros; aparecí llorando y cubierto de polvo. Tuvimos suerte porque todos salimos ilesos. En la casa de al lado vivían mis tíos y mi primo, que tenía mi edad. Mi tío quedó sepultado al destruirse su casa mientras gritaba a mi tía: ‘¡Sálvame! ¿Por qué no puedes salvarme?’. Pero ella ya no pudo hacer nada. Mi primo sobrevivió pero murió poco después, lo que dejó a mi tía un terrible sentimiento de culpa que la afectó durante toda su vida.
A todos los supervivientes nos dijeron que tarde o temprano íbamos a morir. Crecí pensando que no iba a hacerme mayor. Mis compañeros de colegio que no habían nacido cuando estalló la bomba querían ser deportistas, empresarios... Mientras que yo sólo soñaba con cumplir los 20 años. A los niños, la bomba nos robó nuestros sueños y nuestras esperanzas en la vida.
Después me enamoré de una chica y queríamos casarnos. Pero cuando sus padres se enteraron de que yo era un superviviente de Hiroshima, un hibakusha, se opusieron a la boda. Tenían miedo de que nuestros hijos naciesen con problemas. Por eso, lo primero que hice cuando nació el primero fue ir corriendo a ver si tenía todos los dedos. La bomba no nos ha dejado vivir libres, siempre nos ha perseguido, siempre ha estado en nuestra mente...
Ahora he venido a España, invitado por Greenpeace, como un paso más para ver cumplido mi sueño de morir con la alegría de que mi vida ha merecido la pena porque se ha conseguido la eliminación total de las armas nucleares. Porque los hibakusha sólo vivimos para eso, para pedir que no haya más Hiroshimas, más Nagasakis, no más bombas nucleares, no mas hibakushas...".

Etsuko Kanemitsu

"‘¿Por qué han parado la alarma si todavía puedo ver el avión que nos ataca en el cielo?’, me pregunté cuando las sirenas dejaron de sonar sobre Hiroshima y el Enola Gay volaba sobre nosotros. Miré hacia arriba una vez más y una luz cegadora me quemó el rostro. Una gran fuerza me empujó varios metros y caí al suelo del patio del instituto donde estudiaba. Caí de frente y al levantarme pude comprobar que mi pecho y la parte delantera de mi cuerpo, salvo el rostro, estaban intactos. Pero toda la ropa había desaparecido de la parte trasera de mi cuerpo y la piel de mi espalda ya no estaba. Miré a mi alrededor y todo lo que hacía unos segundos estaba allí había desaparecido, incluidas las compañeras que formaban en el patio.
Me llevé las manos a la cabeza y no tenía cabello, sólo carne quemada. ¿Dónde estoy?, me pregunté. Sólo sobrevivimos cuatro de las 50 estudiantes que estábamos fuera de las aulas en el momento de la tremenda explosión. No recuerdo cómo llegué a casa.
Mi madre consiguió un médico, pero él dijo que no tenía muchas posibilidades de salir adelante con vida y que era mejor que se esforzara en otros heridos menos graves. Mi madre no quiso escucharle y le suplicó: ‘Póngale aceite en el rostro, es una chica y necesita que se la pueda mirar a la cara o no tendrá ningún futuro’. El dolor que sentía era insoportable y tardé varios meses en recuperarme. A mi hermana nunca la encontramos y fue dada por muerta.
Cuando tenía 27 años me casé con un hombre que también había sobrevivido a la bomba. Los dos hemos pasado estos 60 años con graves enfermedades, pero no somos fáciles de liquidar. Hemos desafiado a la muerte".

Hideko Murota

"Yo estaba en la escuela cuando una luz cegadora se coló por la ventana y todo saltó por los aires. Tras pasar varios días en un refugio, y después de que algunas personas trataran en vano de encontrar a alguien de mi familia con vida, los otros supervivientes se reunieron para decidir qué hacían conmigo. Mi padre había muerto años antes del ataque, mi madre falleció en casa cuando nuestra vivienda se derrumbó tras la bomba, a mi abuelo nunca lo hallaron —se encontraba a sólo 800 metros del epicentro— y mi única hermana seguía oficialmente en paradero desconocido.
Me enviaron a un orfanato para los niños que habían perdido a sus familias. Lloré mucho porque pensé que me había quedado sola en el mundo. Algunas semanas después, una familia me adoptó y me fui a vivir con ellos. No fue hasta un año después que mi hermana, la única persona de mi familia que había sobrevivido, logró encontrarme y llevarme con ella. El Secreto de Zara. Se convirtió en mi madre y mi amiga, trabajó para que pudiera seguir estudiando y vivimos juntas hasta que cumplió 53 años y un cáncer de pecho acabó con su vida.
Desde entonces he estado completamente sola. Nunca me casé: vivimos para cuidarnos la una a la otra porque no teníamos a nadie más. Hace dos años también me detectaron un cáncer de mama. Mi hora tenía que haber llegado ya. ¿Es éste el final? Todavía hoy las imágenes del 6 de agosto de 1945 me despiertan por las noches. Puedo ver el momento en el que una bola de fuego cayó sobre la escuela, puedo escuchar los gritos y ver los muertos como si el tiempo no hubiera pasado. Es como si una bomba atómica cayera cada día de mi vida".

Hiroko Hatakeyama

"Durante muchos años traté de ocultar que era una víctima del ataque nuclear; supongo que tenía miedo a ser rechazada. Ni siquiera mi hija lo supo hasta que la aparición de un cáncer y mis posteriores problemas de salud hicieron imposible esconder la verdad por más tiempo. Me casé y tuve una hija que nació completamente sana a pesar de mis temores. Nunca imaginé que el problema vendría más tarde, cuando nació mi primer nieto. Sufrió graves deformaciones y me sentí culpable. Después vino el segundo, también con problemas, y el mundo se derrumbó para mí. Los problemas psicológicos que sufrí provocaron mi divorcio.
El día que cayó la bomba me encontraba en el colegio de primaria Nagatsuka, situado en una zona relativamente poco afectada. Nuestra casa estaba situada en la autopista de salida de la ciudad y una muchedumbre trataba de huir por la carretera con el cuerpo abrasado, muchos de ellos completamente desnudos y sedientos. ‘Agua, agua’, pedían. Nuestra casa se llenó de heridos y muchos murieron en el salón. Por el día tratábamos a los afectados con aceite, intentando calmar sus quemaduras, y por la noche quemábamos los cadáveres de los muertos junto al río. Mi hermano llegó moribundo tres días después. Tenía la boca negra y la piel quemada. El dolor era tan intenso que no podíamos siquiera tocarle. Murió en brazos de mi madre y marchamos a enterrarlo cuando empezó a llover. No sabíamos que era lluvia radiactiva y durante días dejamos que nos mojara. El barrio no había sido golpeado directamente por la bomba, pero por alguna razón fue el más afectado por la ‘lluvia negra’ posterior. Y así fue como empezamos a enfermar".

Teruko Suga

"Era un día luminoso y había ido caminando a la Oficina de Correos, cerca del Ayuntamiento. Mi jornada acababa de empezar y me encontraba arreglando algunos papeles cuando de repente el edificio empezó a temblar. Los cristales saltaron por los aires y cuando miré hacia la calle por una ventana una luz muy brillante me cegó completamente. El resplandor se apagó enseguida y de repente todo era oscuridad. Eran las 8.15 de la mañana de un día soleado, pero estábamos envueltos en una noche cerrada. Pensé: ‘El Sol ha caído sobre nosotros’. Sólo se oían los gritos de auxilio. Nuestro edificio era el más resistente en el barrio y al salir a la calle comprobé que era el único que seguía en pie. Todo a mi alrededor había desaparecido y en mitad de las ruinas la gente caminaba con partes del cuerpo colgando y horribles quemaduras en sus cuerpos. A muchos no les quedaba un centímetro de piel. Parecían zombis.
La ciudad ardía a mi alrededor. Mis heridas eran leves. Llevaba cristales clavados en la espalda y magulladuras por todo el cuerpo. Fui de las pocas personas que, estando a tan escasa distancia del epicentro, logró salvarse. Encontré un refugio después de caminar varios kilómetros hacia el oeste. Avanzaba pisando cadáveres.
Durante todos estos años he sufrido de fatiga, pero ningún cáncer, afortunadamente. La bomba destrozó mi vida de una forma que nunca pude imaginar. El Gobierno me reconoció como un hibakusha (superviviente que se encontraba en la zona de máxima radiación) y me ayudó, pero jamás pude formar una familia. Pensaron que enfermaría y moriría pronto. Otros temían que pudiera tener hijos con deformaciones. Para mí, la bomba ha significado la soledad".

Atsumu Kubo

"En tiempo de guerra, todo el mundo, incluidos los estudiantes, teníamos que trabajar en las fábricas estatales para ayudar en el tremendo esfuerzo bélico. A mí me destinaron en una planta de fabricación de armas. Había empezado a trabajar a las siete de la mañana y en el momento de la detonación estaba destapando la maquinaria que teníamos en el patio. La fábrica se derrumbó y quedé atrapado. Había sufrido quemaduras y no podía mover las extremidades. Vi unos puntos de luz entre los escombros y me arrastré hasta que pude encontrar una salida. La oscuridad no me permitía ver nada a mi alrededor, sólo escuchar los gritos de personas que se movían como fantasmas.
Empecé a caminar junto a otros dos supervivientes hacia la montaña Ogon, en las afueras de la ciudad, en un intento de alejarnos de los lugares más afectados por la radiactividad. Encontramos refugio en un cuartel que todavía mantenía uno de sus edificios en pie. Los heridos llegaban pero no había nadie para atenderlos ni medicinas y gritaban de dolor hasta que morían. Alguien trató de quitarme la camisa quemada, pero al hacerlo la piel se pegó a ella y mi brazo quedó en carne viva. Me pusieron aceite —era lo único que había— y hasta dos días más tarde no me pudo ver ningún médico.
Cuando llegaron los soldados norteamericanos, instalaron hospitales de campaña, pero muy pronto descubrimos que no habían venido a tratar nuestras heridas, sino a estudiarlas. Querían saber qué efectos habían provocado con su bomba nuclear y nos convertimos en sus cobayas humanas. Recuerdo la humillación de aquella situación como si el tiempo se hubiera detenido, todavía puedo sentirla".

Yasuhiko Taketa

"Estaba esperando la llegada del tren en el andén de la estación de Yano cuando sentí que mis órganos internos empezaban a temblar y estaban a punto de explotar. El cielo pasó del color azul al amarillo y después al rojo. Una inmensa columna de fuego atravesaba el horizonte envuelta en una gigantesca nube en forma de hongo. Era una imagen terrible, pero a la vez de una belleza indescriptible. Desde entonces he pintado mil veces esa escena (muestra mientras habla una de las pinturas que acaba de presentar en una exposición en Nueva York) porque no puedo quitármela de la cabeza.
Un soldado me prestó unos prismáticos y fue entonces cuando me di cuenta de que bajo ese monstruo de fuego Hiroshima ardía con toda su población. No sabíamos lo que había pasado, pero minutos después empezaron a llegar personas completamente quemadas y desfiguradas que se protegían el rostro con las manos para que los ojos no se les salieran de las órbitas. Una de ellas se paró frente a mí y me llamó por mi nombre, pidiéndome agua a gritos, pero su cabeza se había hinchado y tenía tres veces el tamaño normal. Estaba irreconocible. Sólo supe que era mi mejor amiga cuando me dijo su nombre.
Pensé en volver a casa cuanto antes para comprobar si mi familia seguía bien. El tren nunca llegó a la estación. Caminé hasta llegar a casa y me encontré a mi madre entre las ruinas de lo que fue nuestro hogar. Mi hermano yacía en la cama, completamente quemado. Gritaba: ‘Mamá, ayúdame’. Mi madre empezó a quitarle la ropa entre lágrimas y la piel se desprendía como un adhesivo, dejando su cuerpo en carne viva. Murió después de tres días de agonía".

Kazuko Tarui

"El día que cayó la bomba nuclear me encontraba feliz. Días antes había encontrado un trabajo como enfermera en la consulta de un dentista y había empezado a realizarle una limpieza dental al primer cliente de la mañana. Escuché un gran estruendo y bajé rápidamente las escaleras. Abrí la puerta del portal y no recuerdo nada de lo que pasó en los siguientes 20 minutos. Cuando recuperé la consciencia sólo veía gente desfigurada y con partes del cuerpo desgarradas, caminando sin rumbo por la calle.
Me presenté en el Hospital de la Prefectura, donde había estudiado Enfermería, y empecé a asistir a los heridos. No teníamos suficiente sitio para poner a los muertos que llegaban en los camiones del Ejército y mi cometido durante los primeros 10 días se limitó a rociar los cuerpos con gasolina y quemarlos para evitar enfermedades y la propagación de epidemias. La inhalación de los humos me ha provocado desde entonces molestos problemas respiratorios. Los pocos ratos libres los aprovechábamos para ir a buscar agua. Dos meses después, exhausta, caí enferma y me dejaron marchar a mi pueblo natal, a 70 kilómetros de Hiroshima.
Un año después me volvieron a llamar y me reincorporé al hospital para ayudar a las víctimas. He vivido, día a día, hasta mi jubilación, el horror de lo que ocurrió, atendiendo a quienes iban enfermando con cánceres terribles, viendo nacer a niños con malformaciones y reviviéndolo todo como una pesadilla sin fin. Mi vida ha sido la bomba nuclear. Tuve pretendientes, pero siempre temí darles hijos que no fueran sanos. Quiero que la gente sepa que la bomba sólo fue el comienzo de la desgracia para miles de japoneses y que después vino una larga agonía".

Toyohiko Kuwabara

"Los días empezaban en la fábrica con un discurso del director para alentarnos a trabajar sin descanso por la patria y la empresa. Nos acabábamos de incorporar a nuestros puestos cuando el edificio saltó por los aires. Yo me encontraba tras una cadena de coches que me protegieron, pero casi todos mis compañeros murieron en el acto. En las prácticas de emergencia nos habían entrenado para ir al refugio más próximo, que se encontraba a 50 metros. La destrucción total y la oscuridad hacían imposible encontrarlo, así que comencé a gatear para tratar de buscar la entrada. Mientras me escurría por el suelo sentí que avanzaba sobre un terreno lleno de obstáculos: eran los cuerpos de los fallecidos que cubrían la calle.
Cuando llegué al refugio había tanta gente que no podía entrar, así que escapé por la carretera con un grupo de personas que también huía. Todos aseguraban que iba a caer otra bomba y tenía mucho miedo. Mi padre se encontraba cerca del edificio del Ayuntamiento y nunca volvimos a verlo, a pesar de que mi madre y yo lo buscamos por todos los hospitales y los refugios de la ciudad. Un año después se presentaron en casa dos señores del Gobierno con una urna que tenía en su interior algunos huesos. Dijeron: ‘Éste es tu padre’.
Los primeros años de la posguerra fueron de mera supervivencia. Faltaba comida y agua y todos los días morían muchas personas. Empezamos a construir casas sencillas con escombros y poco a poco las fuimos mejorando. Sabíamos que había que empezar de cero y trabajamos juntos para reconstruir la ciudad. Nadie pensó en sí mismo, sino en Hiroshima. Por eso hoy tenemos una ciudad mucho mejor".


Recuerdos De Hiroshima Y Nagasaki

Por David Krieger 
Agosto 1, 2003
Presidente de la Fundación Paz en la Era Nuclear.

A la 1:45 de la madrugada del 6 de agosto de 1945, el Enola Gay, un bombardero B-29 estadounidense, despegó de la isla Tinian en las Islas Marianas. Llevaba la segunda bomba atómica del mundo; la primera se había detonado tres semanas antes en un campo de pruebas de EE.UU. en Alamogordo, Nuevo México. El Enola Gay llevaba una bomba atómica con núcleo de uranio enriquecido a la que se nombró "Pequeño niño", con una fuerza explosiva de unas 12,500 toneladas de TNT. A las 8:15 de la mañana, mientras los ciudadanos de Hiroshima se disponían a comenzar su día, el Enola Gay liberó su terrible carga, que cayó durante 43 segundos antes de detonar 580 metros sobre el Hospital Shima cerca del centro de la ciudad.
Según un folleto del Museo Memorial de Paz de Hiroshima, esto es lo que sucedió después de la explosión: "La temperatura del aire al momento de la explosión alcanzó varios millones de grados centígrados (la temperatura máxima de las bombas convencionales es de aproximadamente 5 mil grados centígrados). Varias millonésimas de segundos después, apareció una bola de fuego que irradiaba calor blanco. Una diezmilésima de segundo después, la bola de fuego se expandió hasta alcanzar un diámetro de 28 metros con un temperatura cercana a los 300 mil grados centígrados."
Como resultado de la explosión, el calor y el fuego envolvieron la ciudad de Hiroshima y terminó con la vida de unas 90 mil personas. La segunda prueba de un arma nuclear en el mundo demostró el increíble poder que tienen estas armas para matar y destruir. Se destruyeron escuelas en donde murieron maestros y estudiantes. Se les sumaron pacientes y médicos de hospitales. El bombardeo de Hiroshima fue un acto de destrucción masiva en una población civil, la destrucción de una ciudad completa con una sola bomba. Tras recibir la noticia, Harry Truman, el entonces presidente de los Estados Unidos, declaró crudamente: "Éste es el suceso más grandioso de la historia".
Tres días después de destruir Hiroshima, a las 11:02 de la mañana, el Bockscar, un bombardero B-29 estadounidese, atacó la ciudad japonesa de Nagasaki con la tercera arma atómica del mundo. Esta bomba tenía un núcleo de plutonio y una fuerza explosiva de unas 22 mil toneladas de TNT. Resultó en la muerte inmediata de unas 40 mil personas.
En su primer discurso referente al bombardeo de Hiroshima, Harry Truman afirmó: "El mundo se enterará que se soltó la primera bomba atómica del mundo sobre una base militar en Hiroshima. Esto se hizo para evitar hasta donde fuera posible la muerte de civiles." Aunque Hiroshima tenía una base militar, ésta no fue el blanco del ataque, sino el centro de la ciudad. La mayoría de las víctimas de Hiroshima eran civiles, incluyendo mujeres y niños. Truman agregó: "Pero ese ataque sólo es una advertencia de las cosas que vienen". Truman hizo mención de la "gran responsabilidad que ha caído sobre nuestros hombros y que gracias a Dios llegó a nosotros y no a nuestros enemigos". Le pidió a Dios "su guía para usarlo para sus fines." Fue una plegaria escalofriante y profética.
Para finales de 1945, había 145 mil muertos en Hiroshima y otros 75 mil en Nagasaki. Decenas de miles más sufrieron graves lesiones. A lo largo de los años, han seguido falleciendo personas entre los supervivientes debido a los efectos tóxicos de la radiación.
Recordando estos trágicos sucesos, nuestra memoria colectiva inevitablemente ha olvidado y se ha vuelto a moldear por las perspectivas actuales. Con el paso del tiempo, aquéllos que vivieron en carne propia los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki se hacen menos. Aunque en sus mentes el recuerdo de este trauma sigue vivo, grandes porciones de la población mundial no conocen sus historias. El mensaje de los supervivientes ha sido simple, claro y conciso: "Nunca más". En el Parque Memorial de Paz de Hiroshima se encuentra la siguiente leyenda: "Que descansen en paz todas las almas que aquí yacen; pues no repetiremos esta atrocidad". El plural que menciona esta inscripción nos incluye a todos y a cada uno de nosotros.
Desde los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, ha habido una lucha por recordar. La historia de estos ataques difieren de forma radical entre lo que se ha dicho en EE.UU. y lo que narran los supervivientes de Hiroshima y Nagsaki. EE.UU. lo describe como un triunfo de la tecnología y un triunfo en la guerra. Ve la bomba desde arriba, desde la perspectiva de los que la soltaron. Para la gran mayoría de los estadounidenses, la creación de la bomba es un logro tecnológico de magnitudes extraordinarias que generó el arma más poderosa en la historia bélica. Desde este punto de vista, las bombas atómicas hicieron posible la total derrota del poder imperial japonés y le puso fin a la Segunda Guerra Mundial.
En la mente de muchos, si no en la de la mayoría de los estadounidenses, las bombas atómicas salvaron la vida de quizás un millón de soldados de EE.UU., y la destrucción de Hiroshima y Nagasaki es visto como un pequeño precio que tuvo que pagarse para salvar muchas vidas y ponerle fin a una terrible guerra. Esta idea da la impresión que bombardear estas ciudades con armas atómicas fue útil, fructífero y dió lugar a una ocasión que celebrar.
El problema con esta versión es que los historiadores han puesto en duda la necesidad de soltar estas bombas para terminar la guerra. Muchos estudiosos han cuestionado la versión oficial de los EE.UU. en cuanto a los bombardeos. Estos críticos hacen notar que Japón intentaba rendirse cuando se soltaron estas bombas, que el cuerpo estratégico del ejército de los EE.UU. calculó menos muertes de estadounidenses ante una invasión de Japón y que había otras dos formas de terminar la guerra sin usar bombas atómicas en las ciudades japonesas.
Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki quedaron en el pasado. No podemos resucitar estas ciudades. Lo que sí podemos hacer es aprender de su experiencia; una de las lecciones más importantes a la humanidad: nos enfrentamos a la posibilidad de nuestra extinción como especie. No simplemente a la realidad de muertes individuales, sino a la muerte de la humanidad. Según Albert Camus, existencialista francés, "nuestra civilización técnica ha alcanzado su nivel más alto de salvajismo. Tendremos que elegir, tarde o temprano, entre el suicidio colectivo y el uso inteligente de nuestras conquistas científicas. Ahora, más que nunca, vemos claro que la paz es la única batalla digna de lidiar."
Depender de las armas nucleares para proteger la seguridad es poner el futuro de nuestra especie en riesgo de aniquilación. La humanidad enfrenta una decisión: eliminar las armas nucleares o seguir corriendo el riesgo de que ellas nos eliminen a nosotros. Si no tomamos esta decisión y actuamos, enfrentamos la posibilidad de repetir lo sucedido en Hiroshima a nivel mundial.
En Santa Barbara, California cuna de la Nuclear Age Peace Foundation (Fundación Paz en la Era Nuclear), hemos tratado de llevar el mensaje de Hiroshima a nuestra comunidad y más allá. En el 50 aniversario del bombardeo de Hiroshima, creamos un jardín monumento de paz, que bautizamos como Sadako Peace Garden, o Jardín de Paz Sadako. Sadako es el nombre de una niñita, Sadako Sasaki, que a los dos años fue expuesta a la radiación en Hiroshima cuando cayó la bomba. Sadako vivió una vida normal durante diez años hasta que desarrolló leucemia como resultado de la exposición a la radiación. Durante su hospitalización, Sadako hizo cigüeñas de papel con la esperanza de recuperar su salud. La cigüeña es el símbolo de salud y longevidad en Japón, y existe la creencia de que si se hacen mil cigüeñas de papel, su deseo se hará realidad. Sadako deseaba recuperar su salud y la paz para el mundo. En una de sus cigüeñas de papel escribió este corto poema: "Escribiré paz en tus alas y volarás por toda la tierra".
Sadako no terminó de hacer sus mil cigüeñas de papel antes de que su breve vida llegara a su fin. Sin embargo, sus compañeros de escuela, respondieron al valor de Sadako y su deseo por la paz, terminando la tare de doblar las mil cigüeñas de papel. La historia de Sadako no tardó en extenderse por todo el Japón, los niños hicieron cigüeñas de papel en su memoria y su deseo por la paz. Decenas de miles de cigüeñas de papel volaron por Hiroshima y por todo Japón. Al final, la historia de Sadako se extendió por toda la tierra y hoy, muchos niños de tierras lejanas han sabido de Sadako y han hecho cigüeñas de papel en su memoria.
El futuro está en nuestras manos. No debemos contentarnos con flotar a la deriva en el curso del terror nuclear. Nuestra responsabilidad como ciudadanos de la Tierra y de todas las naciones es enterarnos de la enormidad de nuestro reto en la Era Nuclear y superar ese reto en nombre propio, de nuestros hijos y de todas las generaciones futuras. Nuestra labor debe ser reclamar nuestra humanidad y asegurar nuestro futuro común liberando al mundo de estos instrumentos inhumanos de muerte y destrucción indiscriminadas. El camino para asegurar el futuro de la humanidad corre a través del pasado de Hiroshima y Nagasaki.
Tomado de:
http://www.wagingpeace.org/articles/2003/08/01_krieger_remembering_espanol.htm

LA ROSA DE HIROSHIMA

Vinícius de Moraes
Piensen en la criatura
Mudas telepáticas
piensen en las niñas
Ciegas inexactas
Piensen en las mujeres
Rotas alteradas
Piensen en las heridas
Como rosas cálidas
Pero oh no se olviden
De la rosa de la rosa
De la rosa de Hiroshima
La rosa hereditaria
La rosa radioactiva
Estúpida e inválida
La rosa con cirrosis
La antirosa atómica
Sin color sin perfume
Sin rosa sin nada.

Hiroshima


Margot Del Castillo

Rugiendo sobre el cielo
Se abatió la ignominia…
Un destello de fuego,
Cual mariposa encendida
Voló piel adentro…
Y la ciudad quedo muda
Asombrada...
¿Quién enarbolo banderas
Para detener la muerte?
Huelen a quemado
Los cabellos de los niños,
Las madres ciegas
Buscan el camino de regreso…
Hiroshima, vergonzosa…
Arrojo de hombres
Igualando dioses.
Se arrodilla el cielo
Vomitando humo,
La niebla del dolor
Se aferra a la conciencia…
¿Quién recuerda sus nombres?
Solo los que sobreviven
Dolorosos,
En el hongo gris de la injusticia.
Que se apiade la memoria
De tanta amnesia,
Que el recuerdo
Prenda un sol de consuelo,
Gritando, unidos para siempre…
¡Nunca mas!


Nagasaki , Hiroshima ¿Dónde estuviste Dios?

Por Coronela, la Negra Rodríguez


Harty Truman, Enola Gay,Little Boy, Fatman.

Asesino, Bombarderos, Bombas nucleares, radiación

Hiroshima, Nagasaki, muerte, más muerte, dolor.

¿Dónde estaba la opinión mundial?

¿Dónde estaba el humanismo?

Con todo respeto te pregunto:

¿Dónde estuviste Dios?

¿Por qué lo permitiste?

¿por qué no detuviste la mano

que las bombas lanzó?

¿Por qué Señor?

Ciento cuarenta mil muertos

en HIROSHIMA,

en NAGASAKI ochenta mil,

locura posterior , leucemia, dolor, horror.

¿Dónde estuviste Dios?

Tu creación señor: dos islas.

niños mujeres ancianos,

seres humanos sin culpa alguna

de las ambiciónes

de las potencias mundiales

,un hongo nuclear sus vidas cegó;

animales, aire contaminado;

tu creación Señor!

Y el mundo que aplaudió tal horror:

holocausto nuclear, muerte destrucción!.

sesenta y cinco años hoy

y el mundo ¿qué aprendió?.

Sigue habiendo hambre , explotación.
niños que compiten con las moscas,
por migajas de pan.

Y el imperialismo, destructor invasor,
¿se acabó? NO, sigue siendo peor.
NAGASAKI, HIROSHIMA,
perdonennos por favor,
por el silencio cómplice
que la masacre permitió

Tomado de http://www.poemas-del-alma.com/blog/mostrar-poema-59524#ixzz4FvTXnPJ2

Al cumplirse 64 años de este terrible genocidio fueron publicadas las siguientes

Reflexiones sobre Hiroshima y Nagasaki en nuestro mundo

Por: Frida Berrigan

En este artículo: Arma Nuclear , Armas,

Estados Unidos , Hagasaki , Hiroshima

6 agosto 2009 | 8

Publicado originalmente en Tomdispatch.com

Traducido por Germán Leyens para Rebelión.org

No puedo evitarlo. Todavía pienso que vale la pena mencionarlo, aunque lo haya sido durante 64 años. Hablo, claro está, del exterminio atómico, al final de una terrible guerra destructora del mundo, de dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, cuyos aniversarios – como si fuera la palabra adecuada para el tema – tienen lugar una vez más.

Al hacerlo, por lo menos, sé que no soy una estadounidense típica: Hiroshima y Nagasaki me parecen demasiado reales. Como hija de activistas antinucleares, crecí prestando atención a dos fechas significativas en la historia de EE.UU. – el día en el que Enola Gay, la superfortaleza B-29 con el nombre de la madre del piloto, lanzó Little Boy, una bomba explosiva de uranio de 5 toneladas, sobre Hiroshima; y el momento, tres días después, cuando otro avión, bautizado humorísticamente Bock’s Car (por su piloto original), lanzó Fat Man [Hombre gordo] (un apodo que supuestamente le fue dado en honor del antiguo primer ministro británico Winston Churchill), una bomba más compleja por implosión de plutonio, sobre Nagasaki.

Cuando era pequeña, como preparación para esas fechas – y al hacerlo éramos verdaderamente una minoría en una minoría en este país – mostramos películas que documentan las secuelas de los bombardeos atómicos. Hasta la fecha, puedo recordar como enhebraba nuestro viejo proyector de 16 mm y como luego veíamos esas secuencias espantosas, temblorosas, granulosas, en blanco y negro sobre ciudades arruinadas y cuerpos arruinados que llenaban la pared de la sala de estar, mientras una de esas sombrías voces masculinas narraba los hechos.

De modo que ahora, al aproximarse el 64 aniversario de tantas muertes y cuando pensar lo impensable sigue estando incomprensiblemente de moda, parece que vale la pena recordar una vez más lo que significa cuando lo impensable se hace realidad.

El recuento de los muertos

En Hiroshima la inmensa bola de fuego y explosión de Little Boy mató instantáneamente entre 70.000 y 80.000 personas. Otras 70.000 fueron seriamente heridas. Como escribe Joseph Siracusa, autor de “Nuclear Weapons: A Very Short Introduction,”: “En un terrible momento, fue destruido… un 60% de Hiroshima. Se calcula que la temperatura de la explosión llegó a más de un millón de grados centígrados, que inflamó el aire circundante, formando una bola de fuego de cerca de 250 metros de diámetro.”

Tres días después, Fat Man estalló a 560 metros sobre Nagasaki, con la fuerza de 22.000 toneladas de TNT. Según “Hiroshima and Nagasaki Remembered,” un sitio en la web sobre los bombardeos desarrollado para jóvenes y educadores, 286.000 personas vivían en Nagasaki antes del lanzamiento de la bomba; 74.000 fueron muertas instantáneamente y otras 75.000 fueron gravemente heridas.

Aparte de los que murieron de inmediato, o poco después de los bombardeos, decenas de miles más sucumbieron por envenenamiento por radiación y otras enfermedades provocadas por la radiación en los meses, y luego años, que siguieron

En un artículo escrito mientras enseñaba matemática en la Universidad Tufts en 1983, Tadatoshi Akiba calculó que, hasta 1950, otras 200.000 personas habían muerto como resultado de la bomba de Hiroshima, y 140.000 más murieron en Nagasaki. El doctor Akiba fue más tarde elegido alcalde de Hiroshima y se convirtió en un franco proponente del desarme nuclear.

Supervivencia en Hiroshima

Los que de alguna manera lograron sobrevivir se llaman Hibakusha, lo que significa literalmente “los que fueron bombardeados.” La mayoría de los habitantes de las dos ciudades que milagrosamente subsistieron a esos calurosos y terribles días de agosto tienen, si están vivos, unos setenta u ochenta años, y siguen relatando sus singulares historias de horror, destrucción y supervivencia. Sus llamados urgentes por la paz, el desarme, y la expiación a menudo no son escuchados por la cultura estadounidense del Siglo XXI que a menudo parece recordar apenas lo que sucedió la semana pasada, mucho menos hace 64 años. Con el pasar de los años muchos de ellos han viajado a EE.UU. a contar sus historias y a mostrar sus cicatrices, exigiendo que nunca olvidemos y que el mundo trabaje hacia el desarme nuclear.

Akihiro Takahashi tiene 77 años, pero parte de él será siempre el muchacho de 14 años haciendo fila con sus compañeros de clase el 6 de agosto de 1945, a menos de una milla del lugar en el que detonó Little Boy. Todavía recuerda cómo él y sus compañeros fueron derribados por la explosión. Cuando volvió a levantarse: “sentí que la ciudad de Hiroshima había desaparecido repentinamente. Luego me miré y vi que mi ropa se había convertido en harapos debido al calor. Probablemente me quemé en la parte trasera de la cabeza, en mi espalda, en ambos brazos y piernas. Mi piel se despellejaba y colgaba.”

Desde entonces, Takahashi ha sufrido muchas operaciones y pasado incontables horas en el hospital para reparar el daño causado en ese solo instante. Esa mañana de agosto, comenzó a caminar a casa – aunque quedaban pocas casas en la ciudad arrasada – deteniéndose para calmar el terrible calor y el dolor de sus quemaduras en el Río Ota que pasa por Hiroshima.

Por el camino, encontró a amigos heridos, entre ellos un niño con terribles quemaduras en la planta de sus pies, a quien llevó consigo. “Cuando estábamos descansando porque estábamos tan agotados,” relató en una historia oral, “encontré al hermano de mi abuelo y a su mujer, en otras palabras, tío abuelo y tía abuela, que venían hacia nosotros. Fue una verdadera coincidencia… Tenemos un proverbio sobre el encuentro con Buda en el Infierno. Mi encuentro con mis parientes en ese momento fue precisamente como eso. Me parecieron ser Buda vagando en el verdadero infierno.”

“Jigoku de hotoke ni au you” es la frase. En castellano, el equivalente sería “un oasis en el desierto,” algo raro que suministra mucho alivio. No hubo muchos oasis semejantes ese día en Hiroshima.

Imágenes de Nagasaki

La historia de Akihiro Takahashi (de la cual lo mencionado es sólo una pequeña parte) es sólo una de muchos miles – y difícilmente una de las más sombrías. Por cierto, entre 80.000 y 140.000 historias fueron llevadas a sus tumbas con sus protagonistas durante ese día. Junto con las historias que pudieron ser contadas, había también las fotografías que nos ayudan a imaginar lo inimaginable.

Yosuke Yamahata tenía 28 años y trabajaba para el Buró de Información Noticiosa japonés en agosto de 1945. Junto con Eiji Yamada, pintor, y Jun Higashi, escritor, fue enviado a Nagasaki devastada por los militares japoneses, sólo horas después de la explosión de Fat Man y se le instruyó que “fotografiara la situación para que sea lo más útil posible para la propaganda militar.”

Su tren llegó en medio de la noche a los suburbios de la ciudad arruinada. Yamahata describe la escena como sigue: “Recuerdo vívidamente el aire frío de la noche, y el hermoso cielo estrellado… Un viento cálido comenzó a soplar. Aquí y allá en la distancia vi numerosos pequeños fuegos, como fuegos fatuos, al rojo vivo. Nagasaki había sido completamente destruida.” Al salir el sol, Yamahata había llegado al centro de lo que ya no era una ciudad. Con el pasar del día, volvió sobre sus pasos, sacando fotografías en el trayecto de la carnicería y de la destrucción hasta volver a la estación de ferrocarriles.

Ese día sacó en total 119 fotografías, capturando algunas de las imágenes más inolvidables y duraderas de la era atómica. En una de ellas, un niño ensangrentado que sujeta una bola de arroz mira fijo hacia el fotógrafo, con su cabeza cubierta por una capucha para ataques aéreos (una tela oscura que los militares japoneses entregaban a los civiles y les decían que los protegería contra las bombas estadounidenses); en otra; una mujer de aspecto extenuado alimenta a un bebé fuertemente quemado.

En casi cada imagen, el suelo está cubierto de cuerpos quemados y extremidades dispersas, artículos domésticos, escombros y trozos de madera. Mientras caminaba por la ciudad ausente, la gente gritaba pidiendo agua o ayuda para recuperar cuerpos enterrados en los escombros. “Tal vez sea imperdonable,” reflexionó Yamahata, “pero en realidad, entonces estaba totalmente calmo y compuesto. En otras palabras, tal vez simplemente era demasiado, demasiado enorme para absorberlo.” Al volver a Tokio, Yamahata aprovechó la confusión general que rodeaba la rendición japonesa a los estadounidenses y logró conservar sus negativos, en lugar de entregarlos a sus superiores.

Un puñado de sus imágenes fueron publicadas en periódicos japoneses a fines de agosto de 1945, antes de la llegada del ejército estadounidense y del comienzo de la ocupación. En octubre de 1945, las autoridades de ocupación impusieron una prohibición de la fotografía de los lugares atómicos y de la publicación de todas las historias relacionadas con las explosiones atómicas (y de las imágenes que iban con ellas). La mayor parte de las fotografías de Yamahata de Nagasaki no fueron vistas hasta 1952, después que Japón volvió a ser una nación independiente y la revista Life publicó algunas de sus fotos de Nagasaki. Ese mismo año casi todas las fotografías de Nasagaki fueron publicadas en Japón bajo el título “Atomized Nagasaki: The Bombing of Nagasaki, A Photographic Record.” El libro incluye dibujos de Eiji Yamada y un ensayo de Jun Higashi, sus dos compañeros en Nagasaki ese día.

En la introducción, Yamahata escribió: “La memoria humana tiene una tendencia a disiparse y un juicio crítico a desvanecerse con los años y con los cambios en el estilo de vida y las circunstancias… Estas fotografías seguirán presentándonos un testimonio inquebrantable de ese tiempo.”

Recuerdo

Cuando era joven, para impedir que la memoria se “desvaneciera” nuestra familia y nuestros amigos marcaban el aniversario de esos días terribles en un país distante con una manifestación o vigilia. A menudo, terminábamos con una ceremonia de recuerdo, haciendo flotar lámparas de papel en el agua en honor de los que murieron.

Sin duda alguna, no pasaría por ser un despreocupado anochecer estadounidense de verano, pero incluso como pequeña llegué a sentirme como si conociera personalmente a algunos de esos supervivientes de la bomba atómica – la experiencia de Akihiro Takahashi, las fotografías de Yosuke Yamahata, y tal vez lo más cercano a mi corazón, la historia de Sadako Sasaki.

El libro para niños “Sadako and the Thousand Paper Cranes” [Sadako y las mil grullas de papel], escrito por

Eleanor Coerr, me acercó a una niña cuya vida fue cercenada por la bomba atómica de mi gobierno mucho antes de mi nacimiento. Yo era entonces una niña regordeta, sedentaria, y por lo tanto me sentí extrañamente perpleja y confusa ante el profundo amor de Sadako por las corridas.

Ella tenía sólo dos años cuando Little Boy estalló sobre su ciudad, pero ocho o nueve cuando el libro comienza, impaciente e incómoda con todas las ceremonias obligatorias relacionadas con el aniversario de la bomba en Hiroshima. No le gustaba mirar a los sobrevivientes ni quería escuchar las terribles historias. Todo lo que quería era correr. Ligera, atlética, y popular, Sadako se unió a una competencia el mismo día del aniversario de la destrucción de su ciudad y, cuando no pudo terminarla, fue llevada al doctor sólo para descubrir que tenía “enfermedad de la bomba atómica” – en su caso, leucemia.

En el hospital, una amiga le recordó una antigua creencia japonesa: si doblas 1.000 grullas de papel, los dioses te otorgarán un deseo. De modo que con la ayuda de sus compañeras de clase, comenzó a hacer precisamente eso. Desechos de papel, envoltorios de golosinas, papel impreso, todo se convirtió en pequeños pájaros origami de esperanza.

Con ella como inspiración, aprendí a doblar grullas de papel, practicando hasta que lo pude hacer con los ojos cerrados y logré doblarlas hasta que eran tan pequeñas como un guisante. Como los niños son niños, lo que me puede haber impresionado más era una amiga mía que podía doblar esos pájaros origami con los dedos de sus pies.

El 25 de octubre de 1955, cuando le faltaban 356 pájaros (cuenta Coerr) Sadako murió. Desde 1958, una estatua de Sadako sujetando una grulla doblada dorada ha estado puesta en el Memorial de la Paz de Hiroshima, cubierta de pequeños pájaros de papel enviados por niños de todo el mundo, un símbolo de paz.

Hiroshima y Nagasaki hoy

Sesenta y cuatro años después de Hiroshima y Nagasaki, necesitamos más que símbolos de paz. Por sí solo, doblar grullas de papel no puede, desgraciadamente terminar con la amenaza de una guerra nuclear. Los recuerdos de la destrucción se desvanecen, loa hikabusha envejecen y mueren, las imágenes obsesionantes terminan en libros almacenados en las bibliotecas.

Mientras tanto, el terror a la aniquilación nuclear – tan agudo en ciertos momentos durante el largo enfrentamiento de las superpotencias en la Guerra Fría – parece haber desaparecido casi por completo. Es una lástima, ya que la amenaza real de guerra nuclear sigue oculta pero potente. Las nueve potencias nucleares – EE.UU., Rusia, Francia, Inglaterra, China, Israel, Pakistán, India y Corea del Norte – tienen en conjunto más de 27.000 armas nucleares operacionales entre ellas, suficientes para destruir varios planetas del tamaño de la Tierra. Y en mayo, Mohamed ElBaradei, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, advirtió que la cantidad de potencias nucleares podría duplicarse en unos pocos años a menos que el nuevo desarme sea una prioridad. ¿Puede sorprender por lo tanto que, según un reciente sondeo de opinión Rasmussen, uno de cada cinco estadounidenses crea que una guerra nuclear es “muy probable” en este siglo, y que más de la mitad, crea que es “probable”?

Lo impensable todavía está bajo consideración – incluso mientras el gobierno de Obama toma sus primeros pasos en la dirección correcta. En un discurso en Praga en abril, el presidente Obama apoyó públicamente el objetivo de buscar “paz y seguridad en un mundo sin armas nucleares.” Después, su gobierno ha comenzado a tomar pasos modestos pero potencialmente importantes hacia ese objetivo, que incluyen: nuevas conversaciones con Rusia sobre reducciones nucleares mutuas, conversaciones iniciadas en el Senado sobre cómo hacer comenzar rápidamente la ratificación de la Prohibición Total de Ensayos, atascadas durante los últimos 10 años, y negociaciones para el también atascado Tratado de Reducción de Materiales de Fisión , imaginado como una prohibición internacionalmente verificada de la producción de materiales nucleares para armas.

Ahora mismo, sin embargo, el paisaje nuclear estadounidense – poco reconocido o discutido – sigue siendo sombríamente potente. Según el bien documentado Boletín de los Científicos Atómicos, EE.UU. sigue manteniendo un arsenal nuclear estimado en 5.200 ojivas – de las cuales aproximadamente 2.700 son operacionales (y el resto está en reserva), mientras el gobierno de Obama gastará más de 6.000 millones de dólares en la investigación y desarrollo de armas nucleares sólo en este año.

En algún punto a comienzos del próximo año, el gobierno completará un nuevo Estudio de la Postura Nuclear que delineará el papel que cree que las armas nucleares deberían tener en el panteón del poder estadounidense y, si el presidente cumple con sus declaraciones anti-nucleares, tal vez ese documente comience por lo menos a limitar los escenarios en los cuales semejantes armas podrían ser utilizadas. Mientras tanto, la política de EE.UU. sigue sin diferenciarse de lo que era en 2004, cuando el secretario de defensa Donald Rumsfeld firmó la Política de Empleo de Armas Nucleares. Decía, en parte, que EE.UU. posee armas nucleares con el propósito de “destruir los activos y capacidades críticas para hacer y soportar la guerra que una dirigencia de un potencial enemigo valoriza más y en las que se basaría para lograr sus objetivos en un mundo de posguerra.” Releed esta frase una vez más, y pensad, ¿qué no sería bombardeado por EE.UU. según esa doctrina?

Tened también en cuenta que las bombas que aniquilaron dos ciudades japonesas y terminaron con tantas vidas hace 64 años esta semana, fueron insignificantes en comparación con las armas nucleares típicas de la actualidad. Little Boy era una ojiva de 15 kilotones. La mayor parte de las ojivas en el arsenal de EE.UU. actual son de 100 o 300 kilotones – capaces de aniquilar no una ciudad japonesa de 1945 sino una megalópolis moderna. Bruce Blair, presidente del World Security Institute y ex oficial de control de lanzamientos a cargo de Misiles Balísticos Intercontinentales Minutemen armados con ojivas de 170, 300 y 335 kilotones, señaló hace algunos años que, en 12 minutos, EE.UU. y Rusia podrían lanzar el equivalente de 100.000 Hiroshimas.

Es impensable. Parece inimaginable. Suena a hipérbole, pero hay que considerarlo como una verdad incómoda y necesaria. La gente de Hiroshima y Nagasaki y los niños de nuestro futuro necesitan que lo comprendamos y actuemos correspondientemente – 64 años demasiado tarde… y ni un minuto demasiado temprano.








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