TIRSO DE MOLINA
(1584 – 1648)
Iba camino hacia Madrid, cuando le
sorprende la muerte el 12 de marzo de 1648 en Almazán, provincia de Soria (España).
Tirso
de Molina, cuyo nombre real era Gabriel Téllez, nació en Madrid. Según algunos,
fue hijo (ilegítimo) del duque de Osuna. De joven ingresó en la Orden de la
Merced y pronto fue trasladado a América. donde estuvo poco tiempo, puesto que,
después de dos años, regresó a Toledo, en donde vivió la mayor parte de su
vida.
Al
nombrar a Tirso de Molina de inmediato viene a la mente el drama del Siglo de
Oro español, siendo dos de sus dramas más reconocidos en el mundo de las
letras: El Burlador de Sevilla y El condenado por desconfiado.
En
un momento dado, Tirso fue criticado por sus hermanos de hábito, porque algunos
de sus dramas trataban temas demasiado "humanos". Más tarde, en el
Consejo de Castilla, se le prohibió escribir totalmente, por las mismas
razones. Pero dicen los críticos que, a pesar de ello, continuó sigilosamente
escribiendo.
Una
de las características que distingue a este insigne poeta del resto de sus
colegas es, a pesar de ser fraile, el estudio psicológico que hace de la mujer.
En general, cuando aparecen mujeres, que es muy común, el dramaturgo las
perfila con mucha exactitud. Por otra parte, parece que no tiene inconveniente
en vestirlas, a veces, con atavíos masculinos.
No
solamente en sus dramas se encuentran las magníficas cualidades literarias de
este gran escritor, sino también en su poesía. Sus características principales
podrían resumirse brevemente diciendo que es siempre muy mesurado, profundo en
sus conceptos, con frecuencia tiende al humor sutil, pero siempre agradable y
nunca hiriente.
Su
poesía, incluso, casi siempre aparece formando parte de sus obra de teatro.
Practicó y escribió en todas, o casi todas, las formas poéticas de su tiempo,
tanto populares, o de "arte menor", como las más complejas,
representativas del "arte mayor". Tiene varios "Certámenes"
poéticos, mayormente de contenido religioso, pero llenos de humor y fina ironía.
He aquí dos de sus poemas:
VERSOS DE NOVELA CORTESANA
Niega mil veces
arreo
y ninguna digas
sí,
que cual tú te ves
me vi
y te verás cual me
veo.
Si hermosuras
superiores
no sólo causan
deseos,
mas en ceguedad
forzosa
disculpan
atrevimientos,
yo que a tanto
cielo aspiro,
Señora, animoso
llego.
Mas qué mucho, si
la patria
es de la piedad el
cielo.
Cuando amor me da
sus alas
seguro al aire me
entrego,
puesto que de tus
castigos
me libran mis
rendimientos.
Los celestiales
enojos
y las venganzas se
hicieron
para enfrenar
arrogantes
y para domar
soberbios.
Mas yo que humilde
tus rayos,
sol hermoso,
reverencio,
alumbraránme sus
luces
perdonándome su
incendio.
Yo merecí de tus
ojos
no sé qué indicio
ni sueño,
que el sol miró a
mi esperanza
de trino en su
nacimiento.
Mas, con todo,
temeroso
vivo, cuando
considero
que tantas dichas
no están
libres de un
triste suceso.
Y hasta que en
lícito lazo
goce la gloria que
espero,
me sobresaltan
temores
y me acobardan
respetos.
¡Cuándo tendrán,
dueño mío,
mis esperanzas
efecto,
sin que alcance la
fortuna
sobre mis dichas
imperio!
La mayor seguridad
no se escapa de
recelo,
que como es niño
Amor
tiene poco
sufrimiento.
Si piadosas las
estrellas
favorecen mis
intentos,
y el laurel desta
victoria
ceñir glorioso
merezco,
sobre mi fe, a tu
hermosura
levantaré firme
templo
y en tus aras
arderán
por víctima mis
afectos.
Vive en tanto,
amada mía,
vive en tanto que
yo muero,
que en tus rayos,
como el fénix,
espero vivir de
nuevo.
Ardo amando, y
ocultar
tan crecido ardor
no puedo,
cuando el respecto
o el miedo
no se atreven a
explicar.
En este turbado
mar
no acierto cuál
norte siga:
por una parte me
obliga
a callar el temor
feo,
por otra parte el
deseo
me persuade a que
lo diga.
Tal vez la vista
consiento
a vuestras luces,
sol mío.
Tal, un suspiro os
envío
entre las alas del
viento.
Mas deste mudo
lamento,
que del alma
embajador
va a aprobar
vuestro rigor,
vista y suspiro atrevido
condeno, y
arrepentido
enmudece y ciega
amor.
Pero ya sin
esperar
remedio, y aún sin
vivir
mi muerte os
quiero decir,
mi amor os quiero
callar.
Y no os pretendo
obligar,
que quien por
veros murió
en la vida que
perdió
halló su
felicidad.
Y ansí, Señora,
piedad
os pido, que
premio no.
Que la sintáis
sólo quiere
mi pena para su
alivio,
que un
sentimiento, aunque tibio,
se le debe a quien
se muere.
Mas ni estas
honras espere
mi muerte, que
aunque miréis
la herida, no la
creeréis,
porque dudáis, ¡oh
rigor!,
los efectos del
amor,
como no le
conocéis.
De aquel joven
generoso
cantar quiere mi
Talía,
de aquél a quien
con más miedo
que rayos Júpiter
mira.
De aquél que en
Córdoba el coso
rubricó de fiera
tinta,
donde sepultó los
fresnos,
donde arrojó la
capilla.
De aquel Pedro,
heroico hijo
de Castilla, a
quien estima
tanto, que en
señal de amor
de su nombre se
apellida.
Entró gallardo en
la plaza,
robusto Adonis que
libra
el aliño del
afecto
y el descuido de
la risa.
Después que en rompidos
fresnos
cubrió la arena de
astillas
y graduó de
destreza
tanta suerte
repetida,
como undosa línea
ardiente
que airado Júpiter
vibra,
para experiencias
del joven,
un toro la plaza
pisa.
Sino fue, por
deslucirle,
de la fortuna
ojeriza,
contingencias de
los astros
y de los hados
envidias.
Siniestro acomete
el bruto,
y lo que hicieran
sus iras
en un risco en el
caballo
obraron
ejecutivas.
Cayó, aunque
herido animoso,
y adherente a su
rüína,
intrépido, aunque
enojado,
siguió el jinete
la silla.
A la violencia del
riesgo,
previniendo esta
desdicha,
la tumba se
estremeció
de Valladolid la
rica.
Prosigue el bruto
el destrozo
y atropella cuanto
mira
que te afecta, que
aquí el golpe
giró en los demás
la vista.
Hasta que,
cobrado, el joven
dio a entender que
la caída
para darle nuevos
bríos
fue de la tierra
caricia.
Tiñe en purpúreo
veneno
la ardiente
espada. Y la herida
de coral inunda el
coso
que, pródiga,
desperdicia.
A más aplauso la
fiera
cayó que la que
fue grima
de Calidonia y
despojo
envidioso de la
ninfa.
En los riesgos la
virtud
más gloriosa se
examina,
que la suerte y el
valor
dos cosas son muy
distintas.
La destreza y el
denuedo
viven donde más
peligran,
que poco medran
los bríos
a la sombra de la
dicha.
Ansí el héroe
cuantas fieras
sellan la arena
atrevidas
diestro asalta,
fuerte hiere,
y poderoso
castiga.
Pocas, que huyendo
del rayo
de su diestra
vengativa,
a otros aciertos
largó
su desprecio o
cortesía.
Vive, pues, Garzón
heroico
y a estos ensayos
se sigan
victorias de mayor
Marte,
que tus ardores te
inspiran:
tantas que a tu
mano deba
España nuevas
provincias
que a la más
hermosa planta
que huella la
tierra rindas.
De tus mudanzas
aprende
de la fortuna la
rueda,
ciego Amor, que en
ser instable
solamente perseveras.
¡Quién no
esperara, segura,
eterna
correspondencia
de un amor que
confirmó
el tiempo con
tantas prendas!
La mudanza de los
hombres
todo respecto
atropella
y el nudo que ata
las almas
al primer golpe le
quiebra.
No es posible, que
obligados
de Amor su
inconstancia templan,
que ninguno quiere
bien
cuando aborrecer
desea.
Solícitas
ocasiones
con fingidas
apariencias
no es amor, sino
pagar
contra su gusto
una deuda.
¡Qué mal tus
ingratitudes
disculpas con tu
nobleza!
Que los nobles
sólo en ser
agradecidos lo
muestran.
De noble traje
disfrazas
tu olvido y
quieres que sean
en la muerte que
me das
cómplices mis
conveniencias.
Llamas lisonja al
agravio
y sacrificio a la
ofensa
y acaso nuevo
deseo
te saca de mi
carena.
Bien mereciste que
yo
tus consejos
obedezca,
si me quieres, por
pagarte:
por vengarme, si
me dejas.
Mas como sé que en
amor
cualquier venganza
es ofensa,
despido las
ocasiones
en que pudiera
tenerla.
En mis desdichas
estimo
que tan poca razón
tengas,
que opuesta a tu
ingratitud
lucirán más mis
finezas.
Y enseñará mi
ofendido
amor, en cana
experiencia,
que un hombre no
lo parece
y hay mujer que no
lo sea.
Con lágrimas y
suspiros
mezcló Lisis estas
quejas.
Y serenando sus
ojos
pobló el aire
desta letra:
Mi firmeza,
ingrato, tu olvido afrenta
y tu olvido es el
lauro de mi firmeza.
Si queréis vivir,
pastores,
Dios os libre de
Luzinda,
que es un sabroso
veneno
que se bebe por la
vista.
Nuevas muertes ha
inventado,
pues no mata a
quien la mira,
y quiere, por dar
más pena,
que quien la
mirare viva.
Es un acíbar
dorado,
de suerte que con
su risa
no tienen que ver
los riesgos
de las más
sangrientas iras.
Tanto se precia de
ingrata,
tanto blasona de
esquiva,
como si piedra
naciera
de aquestos
peñascos hija.
Ayer le dije mis
ansias
junto a aquella
fuente fría,
encendiendo sus
cristales
y haciendo brasas
sus guijas.
Respondióme que
era fuerza
el no ser
agradecida.
Cobarde fue el
desengaño,
pues no me quitó
la vida.
¿Quién vio tal
rigor, zagales?
¿Quién padeció tal
desdicha,
que siendo fuerza
que muera,
la muerte no me
permitan?
¡Como si en blando
decoro
no tuviese amor
caricias
que dejasen del
honor
las sagradas aras
limpias!
Ingrata ha de ser
por fuerza
la que por fuerza
me obliga
a que a su yugo
soberbio
mi cerviz humilde
rinda.
Aquí yacen los
deseos,
aquí murió la
porfía,
con estos hielos
perecen
mis esperanzas
marchitas.
¡Ay, qué dolor,
pastores, ay que muero
cuando es airado
el Sol e ingrato el cielo!
TRIUNFO DE AMOR
Fuga
Hagan plaza, den entrada,
que viene triunfando Amor
de una batalla mortal
en que ha sido vencedor.
Romance
Una soberbia hermosura
armas contra Amor previene,
por huir del dulce yugo
que ha domado tantas frentes.
Con los rayos de sus ojos
al sol venció muchas veces,
y con victorias tan grandes
bien pudo desvanecerse.
Y viendo al Amor desnudo
persuadióse fácilmente
que de los más flacos bríos
no pudiera defenderse.
Que no es posible que haya
en desnudez tan patente
herida que al tierno niño
dolor o sangre no cueste.
Tuvo por vanas sus flechas,
que como es ciego parece
que sólo del aire vago
serán cometas lucientes.
Pues una vez que le hirieron
fue tan sin riesgo, que en breve
aun no quedó en la memoria
señal que la herida acuerde.
Presentóle la batalla,
mas con halago valiente
el niño dios resistía
sin amenazas crueles.
Y en vez de bronces bastardos
hace que en su campo suene
dulce voz, que la victoria
le previno desta suerte:
Desarmado y ciego, Amor
vencerá mejor.
Corrióse de su arrogancia
la hermosísima rebelde
y al honor pone en el campo
que le venza y atropelle.
¡Qué dura fue la batalla!
Mas el honor tuvo siempre
la desdicha de inclinarse,
y un niño entonces le vence.
Retirándose el recato,
más que cobarde, prudente
lidiaba, pero no pudo
en una ocasión valerse.
Acometiéronle juntos
una tropa de desdenes,
mas del honor rebatidos
unos huyen y otros mueren.
Ya está cerca de rendida
la bella airada, ya teme,
ya se defiende sin brío,
mas con todo se defiende.
Su entendimiento animoso
al duro combate viene,
mas cegóse con el humo
del fuego que Amor enciende.
Del respecto acompañada
la libertad te acomete.
Vino Amor con ella a brazos
y rindiósele obediente.
Vencida llora la ingrata
y sobre una alfombra verde
vertió por lágrimas perlas,
pero dulcísimamente.
Con tan preciosa victoria,
Amor ufano y alegre
manda que en dulce armonía
su gloria y triunfo celebren:
Desarmado y ciego, Amor
vencerá mejor.
Fuga
Hagan plaza, den entrada,
que viene triunfando Amor
de una batalla mortal
en que ha sido vencedor.
Romance
Una soberbia hermosura
armas contra Amor previene,
por huir del dulce yugo
que ha domado tantas frentes.
Con los rayos de sus ojos
al sol venció muchas veces,
y con victorias tan grandes
bien pudo desvanecerse.
Y viendo al Amor desnudo
persuadióse fácilmente
que de los más flacos bríos
no pudiera defenderse.
Que no es posible que haya
en desnudez tan patente
herida que al tierno niño
dolor o sangre no cueste.
Tuvo por vanas sus flechas,
que como es ciego parece
que sólo del aire vago
serán cometas lucientes.
Pues una vez que le hirieron
fue tan sin riesgo, que en breve
aun no quedó en la memoria
señal que la herida acuerde.
Presentóle la batalla,
mas con halago valiente
el niño dios resistía
sin amenazas crueles.
Y en vez de bronces bastardos
hace que en su campo suene
dulce voz, que la victoria
le previno desta suerte:
Desarmado y ciego, Amor
vencerá mejor.
Corrióse de su arrogancia
la hermosísima rebelde
y al honor pone en el campo
que le venza y atropelle.
¡Qué dura fue la batalla!
Mas el honor tuvo siempre
la desdicha de inclinarse,
y un niño entonces le vence.
Retirándose el recato,
más que cobarde, prudente
lidiaba, pero no pudo
en una ocasión valerse.
Acometiéronle juntos
una tropa de desdenes,
mas del honor rebatidos
unos huyen y otros mueren.
Ya está cerca de rendida
la bella airada, ya teme,
ya se defiende sin brío,
mas con todo se defiende.
Su entendimiento animoso
al duro combate viene,
mas cegóse con el humo
del fuego que Amor enciende.
Del respecto acompañada
la libertad te acomete.
Vino Amor con ella a brazos
y rindiósele obediente.
Vencida llora la ingrata
y sobre una alfombra verde
vertió por lágrimas perlas,
pero dulcísimamente.
Con tan preciosa victoria,
Amor ufano y alegre
manda que en dulce armonía
su gloria y triunfo celebren:
Desarmado y ciego, Amor
vencerá mejor.
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