Para llegar a la ancianidad se ha requerido haber vivido una prolongada existencia, encontrarse al final de un largo viaje, tal vez demasiado cansado, enfermo y solo. Esta etapa , además de camino andado es tiempo de despedidas. Las cosas y los afanes los vamos dejando a un lado y los recuerdos de la gente querida que ha partido antes que nosotros. Con frecuencia se siente el abandono de quienes más nos debían.
La ancianidad es antesala natural de la muerte y del prometido juicio divino; antesala del gozo y descanso eternos. Pero hay que fijarse que se está todavía en el presente, aún es el tiempo del peregrinaje terreno. Es, por tanto, tiempo de prueba, tiempo de perseverancia en hacer el bien, de solidaridad con las causas justas que redunden en beneficio de los demás, es tiempo de seguir luchando en labrar nuestro destino eterno, tiempo de siembra. Nadie piense que es época fácil de nuestra vida. A los trabajos propios del peregrinaje sobre la tierra se suman la progresiva pérdida de fuerzas...
En nuestro caso, llegar a anciano es darnos cuenta de la fortaleza de las convicciones que sustentaron nuestra cotidianidad, aquellas que fuimos forjando desde nuestra temprana adolescencia cuando a los trece (13) años descubrimos que la senda que nos tocaba como misión abrir en nuestro caminar era la formación y orientación de juventudes, específicamente de la que atravesaría la adolescencia entre los 14 y los 17 años de edad.
La ancianidad es antesala natural de la muerte y del prometido juicio divino; antesala del gozo y descanso eternos. Pero hay que fijarse que se está todavía en el presente, aún es el tiempo del peregrinaje terreno. Es, por tanto, tiempo de prueba, tiempo de perseverancia en hacer el bien, de solidaridad con las causas justas que redunden en beneficio de los demás, es tiempo de seguir luchando en labrar nuestro destino eterno, tiempo de siembra. Nadie piense que es época fácil de nuestra vida. A los trabajos propios del peregrinaje sobre la tierra se suman la progresiva pérdida de fuerzas...
En nuestro caso, llegar a anciano es darnos cuenta de la fortaleza de las convicciones que sustentaron nuestra cotidianidad, aquellas que fuimos forjando desde nuestra temprana adolescencia cuando a los trece (13) años descubrimos que la senda que nos tocaba como misión abrir en nuestro caminar era la formación y orientación de juventudes, específicamente de la que atravesaría la adolescencia entre los 14 y los 17 años de edad.
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