Balada de Hans y
Jenny
Aquiles Nazoa
Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor
como cuando
Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind,
el Ruiseñor de Suecia.
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos,
y su amor
compartían
como dos colegiales comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la
lluvia. Era estar en el campo
y descubrir que hoy amanecieron maduras las
cerezas.
Hans solía contarle fantásticas historias del tiempo en
que los témpanos eran los grandes osos del mar.
Y cuando venía la primavera,
él
le cubría con silvestres tusílagos las trenzas.
La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el
paisaje.
Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenía una caja de música en el corazón, y una pipa
de espuma que Jenny le diera.
A veces los dos salían de viaje por rumbos distintos.
Pero seguían amándose en el encuentro de las cosas menudas de la tierra.
Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la
transparencia de las
fuentes y en la mirada de los niños y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los
mendigos y en el perfume del pan tierno y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce como el
primer día de invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita
tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes americanos,
y por
la noche todos lloraron de ternura sobre un mapa de Suecia.
Y es que cuando
Jenny cantaba,
era el amor de Hans lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje
y a los cinco años
estuvo de vuelta.
Y fue a ver a Jenny y la encontró sentada,
juntas las
manos,
en la actitud tranquila de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada
y tenía dos niños sencillamente
hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola hasta la muerte,
en su pipa de
espuma y en la llegada del otoño
y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans
en los ojos de los mendigos
y en las más humildes monedas.
Porque verdaderamente,
nunca fue tan hermoso el amor como
cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind,
el Ruiseñor de Suecia.
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