LOS LUSIADAS
"Os Lusiadas" es un grandioso
poema épico dividido en diez cantos, epopeya en verso que relata
sucesos verídicos sobre la Historia de Portugal y los Descubrimientos.
Narra el viaje del marino
Vasco de Gama que, enviado por el rey don Manuel I el Afortunado, en el cual encontró el
camino de la India atravesando el Atlántico y el Índico.
Escrito por Luís Vaz de Camões
o Camoens, considerado el escritor y poeta más importante del
Renacimiento portugués.
He aquí el
Canto Segundo
Argumento del Canto Segundo
Instigado por el demonio,
pretende el Rey de Mombaza destruir a los navegantes: dispóneles traiciones
bajo el fingimiento de amistosa acogida. Vénus se presenta a júpiter e
intercede por los portugueses: él le promete favorecerlos, y le refiere, como
en profecía, algunas hazañas de aquellos en el Oriente. Mercurio se aparece en sueños
a Gama, y le advierte que evite los peligros que le amenazan en Mombaza: leva
anclas y llega a Melinde, cuyo Rey le recibe y hospeda benigna y generosamente.
I
Ya en este tiempo
el fúlgido planeta
Que las horas del día
va midiendo
Llegaba lento a la
anhelada meta,
La alba luz a las
gentes encubriendo,
Y de la casa de la
mar, secreta,
La puerta el Dios
nocturno le está abriendo,
Cuando los de la
Isla se llegaron
a las naves, que ha
poco que ancoraron.
II.
Uno entre ellos, que el cargo ha recibido
Del mortífero engaño, así decía:
«Capitán valeroso, que has corrido
Del salado Neptuno la honda vía,
Del Rey que esta Isla manda tanta ha sido,
Por tu venida, el gozo y la alegría,
Que su deseo solo es complacerte,
Y de cuanto quisieres proveerte.
III.
«Y por qué está en
extremo ya ganoso
Do verte, cual
persona tan nombrada,
Te ruega que, de
nada receloso,
Penetres por la
barra con tu armada;
Y como del camino
trabajoso
Traerás la gente
débil y cansada,
Restauro puedes dar
en este suelo,
Que ha menester
natura algún consuelo.
IV.
«Y si buscando vas la mercancía
Que produce el aurífero Levante,
Clavo ardiente, canela, especería,
u otro objeto valioso comerciante;
o si quieres luciente pedrería,
Encendido rubí, duro diamante,
Lo tendrás aquí todo tan de sobra,
Que podrás convertir la idea en obra.»
V.
Al mensajero el Capitán
responde,
Las palabras del
Rey agradeciendo,
Y diz que porque
el sol pronto se esconde
¡No está ya con su
entrada, obedeciendo:
Más que cuando la
luz muestre por dónde
Pueda sin ningún
riesgo ir mar midiendo,
Cumplirá sin
tardanza su mandado:
Que a más, por tal
señor, se ve obligado.
VI.
Le pregunta después si son en tierra
Cristianos, y el piloto no mentía;
El mensajero astuto no lo yerra,
Y diz que es de ellos la mayor cuantía.
De esta suerte del pecho le destierra
El temor y sospecha a de falsía;
Por lo que el Capitán, incautamente,
Teme ya menos de la falsa gente.
VII.
Y de algunos que
trae, condenados
Por culpas y por
hechos vergonzosos
Porque pudiesen
ser aventurados
En casos de esta
suerte peligrosos,
Manda á dos, muy
sagaces, ensayados,
A observar de los
moros engañosos
La ciudad y el
poder, y porque vean
Los cristianos que
tanto ver desean.
VIII.
Por ellos manda al
Rey dádiva afable
Porque la voluntad
que les mostraba
Tenga firme,
segura, inalterable,
La cual bien al
contrario en todo estaba.
Ya el séquito
salia abominable
De las naves y el
campo azul cortaba;
Y los dos de la
flota, con fingidos
Halagos, son en
tierra recibidos.
IX.
Y después de que
al Rey le presentaron
El mensaje y los
dones que traían,
La ciudad
recorrieron y observaron,
Si bien menos de
aquello que querían;
Que los moros
astutos se guardaron
De todo les
mostrar lo que pedían:
Que es propio el
recelar de obrar no bueno,
Y lo hace imaginar
del pecho ajeno.
X.
Mas aquel que por
joven siempre pasa,
Con belleza
perpétua, y fue nacido
De dos senos y el
mal urde sin tasa,
Por ver al náuta
Luso destruido,
De la ciudad
moraba en una casa,
Con rostro humano,
en hábito fingido:
Decíase cristiano
y culto hacia
En un suntuoso
altar que construia.
XI.
Allí tiene en
retablo figurada
Del Espíritu Santo
la escultura:
La cándida paloma
bien labrada
Sobre la única
fénix Virgen pura.
La compañía santa
está imitada
Tan propia de los
doce en la figura,
Cual, de los que
entre lenguas que cayeron
De fuego, libros
santos refirieron.
XII.
Y los dos
camaradas conducidos
Donde con este
engaño Baco estaba.
Ponen la vista en
tierra, y los sentidos
En aquel Dios que
el mundo gobernaba.
Los plácidos
aromas, producidos
Por Pancaya
odorífera, quemaba
El de Thion; y así
con fraude artero,
El falso dios
adora al verdadero.
XIII.
Aquí fueron de
noche agasajados
Con todo honesto
tratamiento digno
Los dos Lusos, no
viendo que, engañados,
Tienen por santo
el fingimiento indigno,
Mas así que los
rayos derramados
Al universo van
del sol benigno,
Y por la puerta
asoma del Oriente
La moza de Titon
la roja frente:
XIV.
Vuelven moros de
tierra con recado
Del Rey para que
entrasen, y consigo
Llevan los que el
de Gama hubo mandado,
De quien mostróse,
el Rey sincero amigo.
Y habiéndose el
caudillo asegurado
De no tener recelo
de enemigo
Y que gente de
Cristo en tierra habia,
Por la ofrecida
barra entrar queria.
XV.
Los que mandó le
dicen que allá vieron
Aras sagradas,
sacerdote santo:
Que allí se
confortaron, y durmieron
Cuando tendió la
noche el negro manto.
Y que en el Rey y
gente no advirtieron
Sino
contentamiento y gusto tanto,
Que no podía haber
arte sospecha
En conducta tan
clara y tan perfecta.
XVI.
Con esto el noble
Gama alegremente
Recibía a los
moros que subían;
Que ánimo fiel se
fia fácilmente
De muestras que
verdades parecían.
La nao se henchía
de perversa gente;
Su circo de los
barcos que traían:
La turba alegre
vá, pues se figura
Que ya la ansiada
presa está segura.
XVII.
En tierra
cautamente aparejaban
Munición y armas,
porque así que viesen
Que en el río las
naves ancoraban,
Escalarlas
impávidos pudiesen;
Y de traición tan
útil esperaban
Que á todos los
Lusiadas destruyesen,
Pagando incautos,
en tan duro estrecho,
El mal que en
Mozambique tienen hecho.
XVIII.
Las áncoras
tenaces van levando,
Con la grita
nautil acostumbrada:
De la proa las
velas solo dando,
A enfilar van la
barra, de bordada.
Alas la bella
Ericina, que guardando
Iba siempre á su
gente denodada,
Viendo la gran
celada, tan secreta,
Del cielo al mar
se lanza, cual saeta.
XIX.
Llama á las bellas
hijas de Nereo,
Y á la demás
cerúlea compañía;
Que por nacer del
piélago Eritreo
Toda marina grey
la obedecía;
Y la ocasion
propuesta y su deseo,
Con todas juntamente
allá partía,
Para impedir que
el portugués llegase,
Donde en lugar de
gloria, tumba hallase.
XX.
Ya del agua
aventando van de priesa
Con las colas de
plata blanca bruma
Con pechos de
marfil Doto atraviesa,
Con no usado
vigor, la hirviente espuma:
Salta Nise, Nerina
se arrepesa
Sobre la crespa
mar con fuerza suma;
Y abren senda las
ondas encorvadas,
De miedo á las
Nereidas conjuradas.
XXI.
En hombros de un
Tritón, con rostro inceso
Dione, aunque
divina, vá furiosa:
No siente el que
la lleva el dulce peso,
De soberbio con
carga tan hermosa.
Ya cerca llegan
donde el aire opreso
Hinche el lino á
la gente belicosa:
Y repártense y
cercan al instante
Las raudas naves
que iban por delante.
XXII.
Vénus, con otras,
corta a breve trecho
La proa capitana;
allí cerrando
El camino á la
barra están derecho:
En vano el aire
entró la vela hinchando;
Ponen contra el
tajante el blando pecho,
La fuerte nave
para atrás forzando
Cercándola en
redor, muchas la alzaban,
Y de la adversa
tierra la apartaban.
XXIII.
Como a su cueva
próvidas hormigas
Llevando el grave
peso bien cargado
Las fuerzas
ejercitan, enemigas
De su grande
enemigo invierno helado:
Allí son sus
trabajos y fatigas:
Aquí muestran
vigor nunca esperado
Así andaban las
ninfas impidiendo
Del bravo
portugués el fin tremendo,
XXIV.
La nave para atrás
se precipita,
Magüer de los que
lleva, que clamando
Bajan velas: la
gente más se agita
A un bordo y otro
cables arrastrando:
El mestre activo
de la popa grita,
Viendo como
delante amenazando
Le está un grande
marítimo rochedo
Que de romper la
náo pone miedo.
XXV.
El vocerío airado
se levanta
Del marinero: en
el confuso embate
El bronco
estruendo á la morisma espanta,
Como si viesen
hórrido combate:
Ignoran la razón
de furia tanta:
No saben quién les
valga o desbarate:
Piensan que sus
engaños son sabidos
Y que han de ser
por eso allí oprimidos.
XXVI.
Ved cual muchos de
pronto se lanzaban
A los barcos
veloces que traian,
Y unos el agua en
alto levantaban
Brincando al mar y a nado se fugian:
De este a aquel
bordo los demás saltaban,
Movidos del temor
que en otros vian:
Que antes que a sus contrarios entregarse,
Quieren al hondo
mar aventurarse.
XXVII.
Así cual junto al
charco, al mor de luna
Las ranas, otro
tiempo Licia gente,
Si sienten acercar
persona alguna.
Estando en duro
suelo incautamente,
De aquí y de allí
saltando a la laguna
Por huir del
peligro que se siente,
Métense en la
sabida madriguera
Las cabezas no más
dejando fuera:
XXVIII.
Así los Moros
huyen; y el piloto
Que las naves al riesgo
infiel llevara,
Creyendo que su
engaño ya era noto,
Huye tambien,
saltando al agua amara.
En tanto, por no
dar en el innoto
Rochedo y por
salvar la vida cara,
La Capitana el
ancla arroja al punto,
Y las demas
ancóran, de ella junto.
XXIX.
Viendo Gama el
intento y la vileza
Del Mauro, no
cuidada, y juntamente
Del huir del
piloto la presteza,
Conoce la
intención de la impía gente;
Y al ver que, sin
contraste y sin braveza
De viento, y de
los mares sin corriente,
Pasar más adelante
no podía,
Por divino
teniéndolo, decía:
XXX.
«¡Oh caso grande,
extraño y no esperado!
¡Oh milagro
clarísimo, flamante!
¡Oh descubierto
engaño descuidado!
¡Oh perfidia
enemiga amenazante!
¿Quién podría del
daño aparejado
Librar la vida,
con saber bastante,
Si de arriba la
guarda soberana,
No acudiera á la
flaca fuerza. humana?
XXXI.
«Bien nos muestra
la diva Providencia
De estos puertos
la paz engañadora:
Bien nos hizo
patente la evidencia,
Que la hospital
confianza era traidora:
Mas ya que ni
poder, ni humana ciencia,
Fraude tan bien
urdido ve, ni explora,
¡Oh tú, guarda
celeste, ten cuidado
Del que sin ti no
puede ser guardado!
XXXII.
«Y si á tanto se
inclinan tus piedades
Por esta pobre
gente peregrina;
Puesto que, por tu
amor y tus bondades,
La salvas de la
infiel gente felina,
A algun asilo y
puerto de verdades,
Desde aquí
conducirnos determina:
Ó muéstranos la
tierra que buscamos,
Pues solo en tu
servicio navegamos.»
XXXIII.
Estas palabras le
escuchó piadosas
La hermosa
Citerea, y conmovida
Parte de entre las
ninfas que llorosas
Quedaron de la
súbita partida:
Ya sube á las
estrellas luminosas:
Ya en el cielo
tercero es recibida:
Pasa adelante, y
en la sexta esfera
Entra, do más de
cerca el padre impera,
XXXIV.
Y como iba animada
del camino,
Tan hermosa de
aspecto se mostraba,
Que á estrellas,
cielo y luz, y aire vecino
Y á cuanto la iba
viendo enamoraba.
De sus ojos, que
el nido peregrino
Del hijo son,
ardores derramaba
Con que el polo y
sus hielos encendia,
Y tornaba en
volcan la esfera fria.
XXXV.
Por mas enamorar
al soberano
Padre, a quien
siempre fué tan dulce y cara,
Se le presenta tal
cual al Troyano
Ya del Ida en el
bosque, se mostrara.
Si la viese el
garzón que el bulto humano
Perdió, viendo á
Diana en fuente clara,
¡No le hirieran
los propios canes feos,
Mas antes le
acabaran. los deseos.
XXXVI.
Los crespos hilos
de oro le flotaban.
Por cuello que
afrentar puede á la nieve
Sus duros pechos,
al andar, temblaban,
Que amor en ellos
retozon se mueve:
Llamas del seno
muelle le brotaban,
De dó las almas
caza el niño aleve:
Por las lisas
columnas la subian
Deseos que cual
yedra se tejian.
XXXVII.
Un delgado cendal
es tenue capa
A aquellas partes
del pudor reparo:
Mas ni el todo
descubre, ni lo tapa,
De las purpúreas
flores poco avaro:
Para arrancar el
alma que se escapa,
Delante pone el
dulce objeto raro:
Se abrasa el cielo
ya de Sur á Norte:
Celos Vulcano
siente, ardor Mavorte,
XXXVIII.
Y mostrando en su
angélico semblante
Una sonrisa de
pesar teñida
Como dama que fue
de incauto amante
En amorosas riñas
afligida,
Que solloza y
sonrie al mismo instante
Y entre alegre se
muestra y dolorida:
Así la diosa, á
quien ninguna iguala,
Más mimosa que
triste, el eco exhala,
XXXIX.
«Siempre (dice)
creí, padre glorioso,
Que hácia las
cosas que en verdad yo amase,
Te hallaría
benigno y amoroso,
Por más que a algún contrario le pesase:
Pero, pues contra
mí te miro iroso,
Sin merecerlo, sin
que en nada errase,
Hágase como Baco
ha decidido:
Yo asentaré que
una inocente he sido.
XL.
«Y al pueblo, mío
hoy, por quien derramo
Las lágrimas que
en vano caer veo:
Al que précio bien
poco, pues le amo
Siendo tu tanto en
contra á mi deseo,
Por el que á tí,
gimiendo pido y clamo
Y contra lo que
ansío al fin peléo;
Pues por quererle
yo voy á dañarle,
Quiérole querer
mal para salvarle.
XLI.
«Y acabe á manos
de las brutas gentes,
Que pues yo
fui....» y en esto de mimosa
El rostro baña en
lágrimas ardientes,
Cuajándose rocío
en fresca rosa:
Y aquí un poco
calló, cual sí entre dientes
Se le cortara el
habla congojosa;
Y volvía a seguir,
cuando el Tonante,
De lo que va a decir ya está delante,
XLII.
Y de las blandas
muestras conmovido
Que amansáran de
un tigre el pecho duro,
Con rostro cual de
cielo en luz teñido,
Torna claro y
sereno el aire oscuro.
Las lágrimas la
enjuga, y encendido
Besa su faz; su
cuello abraza puro,
Y es fijo que si
allí solo se hallára,
Otro nuevo Cupido
se engendrara.
XLIII.
Y á su rostro
juntando el rostro amado,
Que el sollozo y
las lágrimas aumenta
(Como niño del ama
castigado
Que quien le
halaga, el lloro le acrecienta)
Por ponerla en
sosiego el pecho airado,
Muchos casos
futuros la presenta;
Y del hado los
fondos revolviendo,
De esta manera en
fin le va diciendo:
XLIV.
«Hija cara
preciosa, ningun trance
Rendirá á tus
valientes Lusitanos:
Ni habrá quien de
mí nunca más alcance
Que esos llorosos
ojos soberanos;
Y te ofrezco, hija
mía, que aún avance
Su fama á la de
Griegos y Romanos,
Por los hechos
ilustres que esta gente
Ha de obrar en los
climas del Oriente
XLV.
«Que si el facundo
Ulises escapara
De car en la
Ogigia eterno esclavo
Y si Antenor los
senos penetrara
Ilirios y en la
fuente de Timavo;
Y si el piadoso
Eneas navegara
De Scila y de
Caribdis el mar bravo.
Tus Lusos, con
designios más profundos,
Irán mostrando al
mundo nuevos mundos.
XLVI.
«Altos muros,
castillos, pueblos varios,
Hija, verás por
ellos construidos:
Los Turcos,
ferocísimos contrarios,
Siempre por su
valor serán vencidos:
A los Reyes del
Indo, voluntarios,
Los verás al Rey
suyo sometidos,
Y por ellos de
todo en fin señores,
La tierra
alcanzára leyes mejores.
XLVII.
Y verás al que
ahora presuroso,
Con riesgo tanto,
al Indo va buscando,
Rendírsele
Neptuno, de medroso,
Sus, espaladas sin
vientos encrespando.
¡Oh nunca visto
caso y milagroso
Que hierve y trema
el mar en calma estando!
¡Oh gente, fuerte
y de altos pensamientos!
¡Miedo tienen de
tí los elementos!
XLVIII.
«Verás que el que
agua darle no quería,
En puerto ha de
tornarse conveniente,
En que descansen
de su larga via
Las naves que
naveguen de Occidente.
Toda esta costa,
en fin, que há poco urdia
El engaño
mortífero, obediente
Le pagará
tributos, conociendo
Del Luso invicto
el ímpetu tremendo.
XLIX.
«Y veréis el mar
rojo, tan famoso,
Amarillo
tornarsele de hinchado:
Veréis de Ormuz el
Reino poderoso
Por dos veces
rendido y subyugado:
Allí veréis al
Moro temeroso
De sus saetas
mismas traspasado;
Y verá, en fin,
quien contra Lusos trate,
Que, si resiste,
contra si combate.
L.
«Veréis a Dío,
inexpugnable corte,
Sufrir dos sitios,
de los vuestros siendo:
Allí se mostrará
su pró y su porte,
Hechos de armas
grandísimos luciendo:
Envidioso vereis
al gran Mavorte
Del Lusitano
corazon tremendo:
La voz del Moro
allí sonará estrema,
Que, á nombre del
Koran, de Dios blasfema,
LI.
«Goa será a los
Moros conquistada,
La cual vendrá
después a ser señora
Del Portugués
Oriente, y sublimada
Con los triunfos
de gente vencedora:
Allí soberbia,
altiva y ensalzada,
Al Gentil, que los
ídolos adora,
Pondrá freno, y
pondralo á cuanta tierra
Levante imbécil á
los vuestros guerra.
LII.
«Vereis la
fortaleza sustentarse
De Cananor, con
poca fuerza y gente;
Y á Calecut vereis
desbaratarse,
Populosa ciudad,
grande y potente:
Y vereis en Coquim
significarse
Tanto un pecho de
escelso y de valiente,
Que cítara jamás
cantó victoria
Que merezca tan
alta fama y gloria.
LIII.
«No de Marte al
clamor se vio furioso
Hervir Léucada en
armas cuando Octavio,
Del Accio en la
civil pugna, animoso,
Al capitán Romano
cerró el labio
Que del mar do la
Aurora y del sañoso
Scítico Bactra y
desde el Nilo sabio
La victoria traía
y rica presa,
Preso él también
de impúdica princesa:
LIV.
«Como vereis el
mar, hirviendo acaso
Al incendio del
Luso que brillando,
Al Moro y al
Gentil llevará opreso,
De naciones sin
número triunfando:
Sujetando el
dorado Quersoneso
Y hasta el lejano
China navegando,
Siéndole todo el
piélago obediente
Con las islas
remotas del Oriente.
LV.
«De manera, hija
mia, que, a despecho
Do Baco, cumplirá
su alto destino,
Pues nunca
brillará tan fuerte pecho
Del Gangético mar
al Eritrino,
Ni de las Bóreas
aguas al estrecho
Que el agraviado
Luso á mostrar vino,
Aunque del mundo
entero, de afrentados,
Todos resucitáran
los pasados.»
LVI.
Esto diciendo,
envia al mensajero
Hijo de Maya á
tierra, á que prevenga
Un pacífico y
fácil surgidero
Dó la armada, sin
riesgo, puerto tenga;
Y para que en
Mombaza aventurero
El fuerte Capitan
no se detenga,
La tierra dó el
alivio halle el Luseño,
Manda que se le
muestre allá en su sueño.
LVII.
Bajando el
Cilenéo, el aire corta,
Que al calzado de
pluma se estremece:
La fatal vara suya
en alto porta,
Con que los cánsos
ojos adormece,.
Con que saca de
averno el alma absorta,
Y á cuya vista el
báratro obedece:
Cubre el sombrero
alígero el cabello,
Y así llega á
Melinde el númen bello.
LVIII.
Con él lleva á la
fama, porque diga
Del Lusitano el
grande esfuerzo raro:
Que nombre ilustre
á cierto amor obliga,
Y le hace, al que
lo tiene, dulce y caro.
De ese arte
haciendo va la gente amiga
Con el rumor altísimo
y preclaro:
Ya Melinde en
deseos arde todo
De ver del fuerte
Luso el gesto y modo.
LIX.
De allí para
Mombaza luego parte,
Dó las naves
estaban temerosas,
A mandar á la
gente que se aparte
De la barra y las
tierras sospechosas
Porque valen muy
poco esfuerzo y arte
Contra infernales
fraudes engañosas;
Y poco astucia, y
brio, y altos vuelos,
Si su aviso y
favor no dan los cielos.
LX.
Del camino la
noche ha andado:
Las estrellas con
luz tienen ajena
El mundo, desde el
cielo, iluminado:
La gente duerme
tras de larga pena;
Y el capitan
ilustre, ya cansado
De la vigilia, en
la alta noche plena,
Breve reposo á sus
pupilas daba,
Mientras la
guardia á cuartos vigilaba.
LXI.
Mercurio en sueño
aquí se le aparece,
Diciéndole: «Huye,
Lusitano,
Del riesgo que el
perverso rey te ofrece
Con oculta celada
y golpe insano:
Huye, que el
viento asaz te favorece:
Tienes sereno al
cielo y al Océano;
Y Rey te espera
amigo en otra parte,
Donde puedas
seguro repararte.
LXII.
«El hospedaje, en
esta prevenido
Es el que Diomedes
fiero daba
Dó tenian por
pasto conocido
Sus caballos la
gente que hospedaba:
Es de Busiris el
altar temido,
Dó sus huéspedes
tristes inmolaba:
Eso hallarás aquí,
si mucho esperas:
Huye de gentes
pérfidas y fieras.
LXIII.
«Ve lejos de la
costa discurriendo,
Y hallarás otra
tierra de verdades,
Casi junto de allí
dó el sol ardiendo
Iguala sombra y
luz en cantidades:
Allí tu flota
afable recibiendo
Un rey, con bien
seguras amistades,
Amparo te dará con
alegría,
Y para el Indo cierto,
y sabio guia.»
LXIV.
Dice, y del Dios
se borra la figura
Al Capitan, que
con muy grande espanto
Despierta y ve
romper la sombra oscura
Una súbita luz y
rayo santo;
Y la verdad del
sueño viendo pura,
Y la impia tierra
que amenaza tanto,
Con mente nueva, á
su maestre ordena
Que las velas dé
al punto al aura amena.
LXV.
«Da, da las velas
(dice) al largo viento,
Que el tiempo es
de favor y Dios lo manda;
Y un mensajero vi
del claro asiento
Que en pro no más
de nuestros pasos anda.»
En esto ya
comienza el movimiento
De marineros de
una y otra banda,
Que tiran de las
áncoras, gritando,
Las rudas fuerzas
útiles mostrando,
LXVI.
En esto que las
anclas levantaban,
En la sombra los
Moros escondidos,
Las amarras, muy
quedo, les cortaban,
Porque á las
costas fueran sacudidos.
Mas con vista de
lince vigilaban
Los Portugueses,
siempre apercibidos;
Y aquellos que, en
alerta, ya los vieron,
No remando,
volando, se fugieron.
LXVII.
Ya las agudas
proras apartando
Iban las moles
húmedas de plata:
Soplándoles va el
aire igual y blando,
Con ráfaga
benigna, fresca y grata:
De los pasados
riesgos van hablando;
Que la memoria
dura y se aquilata
En los grandes
peligros, dó se acierta
De la tumba a
escapar que estaba abierta.
LXVIII.
Dado habia una
vuelta el sol ardiente,
Y otra nueva
empezaba, cuando miran
Dos naves, desde
lejos, blandamente
Navegando á los
vientos que respiran:
Que seria juzgaron
Máura gente,
Pues las velas, al
verlos cerca, viran.
Uno del mal pasar
que recelaba,
Por salvarse, la
costa bien tomaba.
LXIX.
No el otro que se
queda es tan mañoso:
Que cae en el
poder del Lusitano,
Sin el rigor de
Marte pavoroso,
Ni las horrendas
furias de Vulcano;
Que como débil era
y temeroso,
Aquel corto rebaño
mauritano,
Resistirse no
quiso, conociendo
Que peor lo pasara
resistiendo.
LXX.
Y como tanto Gama
desease
Piloto para el
Indo que buscaba,
Pensó que de estos
Moros le tomase:
Mas no le sucedió
como trataba,
Que ninguno
encontró que le enseñase
A qué parte del
cielo la India estaba;
Si bien dícenle
allí que no remoto,
Melinde está,
donde hallará piloto.
LXXI.
Loan del Rey los
Moros las bondades,
Condicion liberal,
franca y sincera,
Ímpetus compasivos
y piedades,
Y lo que por su
grey se le venera.
No duda el Capitan
de estas verdades,
Porque ya de esta
suerte lo supiera
Del Cilenéo, en
sueño; así partieron,
Donde el sueño y
el Moro les dijeron.
LXXII.
Era en el tiempo
alegre, cuando entraba
De Europa al
robador la luz Fébea,
Y el uno y otro
cuerno le contaba,
Y derramaba Flora
el de Amaltéa.
La memoria del dia
renovaba
El sol, que al
cielo rápido rodea.
En que el autor
que todo lo dispuso,
Á cuanto habia
hecho el sello puso.
LXXIII.
Y llegaba la
armada á aquella parte
Dó el Reino de
Melinde ya se via,
De alegres toldos
puesta de tal arte,
Que bien muestra
estimar santo dia:
Flota al viento
bandera y estandarte
Que purpúreo color
lejos lucia:
Suenan los
atambores y panderos:
Y así entraban
alegres los guerreros:
LXXIV.
Llénase la ancha
playa Melindana
De los que van á
ver la alegre flota,
Gente mas
verdadosa y mas humana
De cuanta atras
dejaba en su derrota
Surge al frente la
armada Lusitana
Con el ancla
lanzada el mar azota;
Y uno va de la
nave antes cogida,
Á prevenir al Rey
de su venida.
LXXV.
El Rey que la
lealtad sabe de cierto
Que al Portugués
espíritu engrandece,
Se complace de
verlos en su puerto
Cuanto la gente
altísima merece:
Y con la fe y el corazón
abierto
Que ánimos
generosos ennoblece,
Les suplica
desciendan a su tierra,
Y que dispongan de
cuanto ella encierra.
LXXVI.
Ofrecimientos eran
verdaderos,
Y palabras
sinceras, no amañadas,
Las del Rey á tan
dignos caballeros,
Que tienen tantas
aguas navegadas.
Y les manda
lanígeros carneros,
Y gallinas
domésticas cebadas,
Y las frutas que
entonce en tierra había;
Y el modo aun á la
dádiva excedía.
LXXVII.
Recibe el capitán
ledo y seguro
Al mensajero
alegre y su recado;
Y manda luego al
Rey otro, no oscuro,
Que traia de lejos
preparado:
Purpurina color de
fuego puro,
Y ramoso coral
fino y preciado,
Que bajo de las
aguas blando crece,
Y estando fuera de
ellas se endurece.
LXXVIII.
Mándale uno además
de habla elegante
Que paces con el
Rey instituyera,
Y que, de no bajar
en el instante
Á verle, sus
disculpas le ofreciera.
Con tal mision el
nuncio bien parlante,
En cuanto al Moro
á presentarse fuera,
Con estilo, que
Palas le enseñaba,
Estas palabras
fácil pronunciaba:
LXXIX.
«Alto Rey, á quien
fue del cielo puro
Por la justicia
suma concedido
Refrenar al
soberbio pueblo duro,
Del que eres tan
amado cuan temido:
Como amparo muy
fuerte y muy seguro,
Y del Oriente todo
conocido,
Venímoste á
buscar, para que hallemos
En tí el remedio
cierto que queremos.
LXXX.
«Robadores no
somos que, pasando
Por las flacas
ciudades descuidadas,
La gente á fierro
y fuego van matando,
Por robar sus
haciendas codiciadas;
Sino que desde
Europa navegando,
Vamos buscando
tierras apartadas
Del Indo grande y
rico, por decreto
De un Rey que hacemos
de alto y gran
respeto.
LXXXI.
«¡Qué raza hemos
hallado ¡oh Dios! de gente
¡Qué uso y
costumbre de tan torpe laya,
Que no el puerto
nos vedan solamente,
Sino hasta el
suelo de desierta playa!
¿Qué daño de
nosotros se presiente,
Que de tan pocos á
temerse vaya,
Y en hundirnos se
empeñen y perdernos,
Con astucia robada
á los infiernos?
LXXXII.
«Mas tú, de quien
seguros confiamos
En más recta
verdad, ¡oh Rey benigno!
Tú, de quien el
auxilio aquel buscamos
Que el Ítaco extraviado
hubo de Alcino:
Á tu puerto
tranquilos aportamos,
Conducidos de
intérprete divino;
Que pues a ti nos
manda, es bien seguro
Que es sincera tu
fe, tu afecto puro.
LXXXIII.
«Y no cures,
Señor, de que no venga
El nuestro capitán
esclarecido
Á verle ó á
servirte por que tenga
Sospecha de que tu
ánimo es fingido:
Mas sabe que así
lo hace por que obtenga
Completa ejecución
lo prevenido
Por su Rey, que le
manda que, en su viaje,
A ningún puerto de
las naos baje.
LXXXIV.
«Y como á los
vasallos es propicio
Que gobierne los
miembros la cabeza,
No querrás, pues
de Rey tienes oficio,
Que faltemos del
nuestro á la entereza.
Mas al favor y al
alto beneficio
Que ora halla en
ti promete con firmeza,
Que en gratitud
los Lusos no declinen
Mientras los rios
á la mar caminen.»
LXXXV.
Así decía; y todos
juntamente
Unos con otros en
corrillo hablando.
Loaban el esfuerzo
de la gente,
Que tanto cielo y
mar iba pasando;
Y el Rey ilustre
el ánimo obediente
Del Luso, entre sí
mismo, contemplando,
Tenía por valor
grande, y subido,
El de Rey de tan
lejos bien servido.
LXXXVI.
Y con vista
risueña y franco pecho
Así al embajador
dice y anima:
«Cual de vosotros
yo nada sospecho,
Que en vosotros
ningun temor se imprima,
Pues vuestras
obras y valor derecho
Os dan del mundo á
merecer la estima;
Y quien os cause
daño y sufrimiento,
Mal tener puede
alzado pensamiento.
LXXXVII.
«De no atierra
venir toda la gente,
Por no excederse
de la real licencia,
Si verdad es que
mi amistad lo siente,
Tengo en mucho, yo
Rey, tanta obediencia;
Y pues que vuestra
ley no lo consiente,
Tampoco quiero yo
que la excelencia
De pueblo tan leal
caiga en desvío,
Solo por complacer
al gusto mío.
LXXXVIII.
«Así cuando la
pura luz llegada
Fuere al mundo, en
mis leves almadías,
A visitar iré la
fuerte armada,
Que tanto ver
anhelo ha tantos días.
Y si viene de la
mar muy maltratada,
De adversos
vientos, de penosas vías,
Pilotos,
municiones, armamentos,
Aquí tendrá, con
limpios pensamientos.»
Fuente: http://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=7227_6914_1_1_7227