"Sólo sé que no sé nada" Sócrates. Aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir. Cuando esto aprendas estarás andando por la senda de la sabiduría.

sábado, 1 de julio de 2017

Silva Criolla, Francisco Lazo Martí


Silva criolla

Francisco Lazo Martí

Invitación 
A un bardo amigo

I

 Es tiempo de que vuelvas: 
es tiempo de que tornes... 
No más de insano amor en festines, 
con mirto y rosa y pálidos jazmines 
tu pecho varonil, tu pecho exornes.
II
Es tiempo de que vuelvas... 
Tu alma –pobre alondra—se desvive 
por el beso de amor de aquella lumbre 
deleite de sus alas. Desde lejos 
la nostalgia te acecha. Tu camino 
se borrará de súbito en su sombra... 
Y voz doliente de las horas tristes, 
y del mal vivir oculto dardo, 
el recuerdo que arraiga y nunca muere, 
el recuerdo que hiere, 
hará sangrar tu corazón, ¿Oh Bardo!
III
No más a los afanes de la corte 
humilles la altivez de tus instintos, 
ni turbe de tus noches la armonía 
falaz visión de pórticos y plintos, 
y fúlgida terraza como el día. 
Deja que de los años la faena 
los palacios derrumbe, 
donde el placer es vórtice que atrae 
y deslumbrada la virtud sucumbe.
IV
 Ven de nuevo a tus pampas. Abandonada 
el brumoso horizonte 
de apiñadas cumbres se corona. 
Lejos del igneo monte 
ven a colgar tu tienda. Ven felice, 
ven a dormir en calma tus quebrantos, 
y como el sol de la desierta zona 
en viva inspiración ardan tus cantos.
V
Guárdate de las cumbres... 
Colosales, enhiestas y sombrías 
las montañas serán eternamente 
la brumosa pantalla de tus días. 
Deja para otra gente 
el gozo de mirar picos abruptos, 
y queden para ti las alegrías 
de ver, al despertar, alba naciente, 
y de abrazar con sólo una mirada, 
del Sur al Setentrión, y del ocaso 
hasta el fúlgido Oriente, 
la línea, el ancho lote, siempre al raso, 
de la tierra natal.
VI
!Ah! de las cumbres, 
baja la nieve a entumecer las almas: 
las almas que han soñado en el desierto 
a la rebelde de sombra de las palmas 
y bajo el cielo azul, claro y abierto.
VII
 Libra tu juventud! el rumbo tuerce 
de la fastuosa vía 
en la que el vicio su atracción ejerce 
y se tiñe de rosa la falsía: 
donde el amor procaz vive a su antojo, 
y cubierta de pámpanos la frente 
celebra en la locura del despojo 
parda penumbra y carnación turgente. 
Si es oro la lisonja al bravo y fiero 
Señor– de cuantos míseros se humillan – 
desprecia el arte vil, por lisonjero, 
en que nombres y almas se mancillan; 
y si quieres al fin que no te alcance 
de la vergüenza el dardo, 
de igual manera que al hiriente cardo, 
a la pasión venal esquiva el lance.
VIII
 Es tiempo de que vuelvas: 
es tiempo de que tornes. 
No más de insano amor en los festines 
con mirto y rosa y pálidos jazmines 
tu pecho varonil, tu pecho exornes

IX
Torna a soplar del Este
el viento alegre y zumbador. 
Ondea cual agitada veste
el sedoso follaje. 
El sol orea la charca pantanosa,
y por el reino de la luz pasea
legión de garzas de plumaje rosa.

Florecer es amar… Sobre la falda
de las toscas malezas entreteje
la parásita en flor, áurea guirnalda;
cuelga blanco vellón, de su costado
el nido comenzado;
regio collar de abiertas campanillas
la trepadora mazadaza enreda,
y en dos porciones de oraza rota,
despide al aura leda,
del nevado cairel de su bellota
trenza brillante el orozul de seda.

Tras la menuda flor cuaja el uvero
su gajo tempranero;
sus nacarados frutos en el limo
el punzador curujujul engendra;
la maya erige colosal racimo
y desprende el merey sabrosa almendra;
señuelo de su copa en lozanía,
escondidos granates el orore
en mil estuches cría;
emulando la escarcha
el espinito su jazmín esteray del verde mogote en la cimera
abre su flor simbólica la parcha.

En el aire, en la luz, en cuanto vive,
amor su aliento exhala;
y su aliento febril –tras el espeso
ramaje que es baluarte y es escala—
estremece del pájaro travieso
el mullido pulmón bajo del ala.

Torrente luminoso
de cumbre cenital se precipita;
del árbol generoso
la regalada sombra al sueño invita;
por el margen del caño
espárcese el rebaño;

tiemblan reverberando los confines,
y borracha de sol y miel llanera,
celeste mariposa mensajera
batiendo va sus cuatro banderines.

X

Ya no viene bramando cual solía
al declinar el día,
por uno y otro rumbo la vacada;
ni plantado en mitad del paradero
escarba y muge fiero
el toro padre de cerviz cuajada.

Ya no turba el reposo de los hatos
madrugador lucero;
ni despiertan el eco adormecido
el amante reclamo del bramido
a la par de la copla del vaquero.

A más benigno suelo,
a más fértil región de aguas profundas
y de lucientes pastos regalados,
a las islas distantes y fecundas,
fuéronse al fin pastores y ganados.

¡Cantando una tonada clamorosa
y bajo el fiero sol de la sabana,
al paso lento de la res morosa
con rumbo al Sur cruzó la caravana!

XI

Ya dos veces, monstruoso y despiadado
sobre la tierra pródiga, el incendio
su abanico flamante ha desplegado;
ya dos veces, por furias impelido,
las yerbas infecundas
su aliento abrasador ha consumido;
y de pie sin cejar, y frente a frente
con el río que impasible está delante,
humo y llamas lanzando su turbante
ha brillado en las noches del desierto
como si fuera un faro ignipotente
clavado en la ribera de un mar muerto.

En línea de combate, a campo raso,
pronta la garra, la mirada alerta,
hambrientos gavilanes, paso a paso,
asediaron del fuego la reyerta.

Consume aún su aliento las entrañas
de los troncos vetustos;
fluye sutil fermento de las cañas
y blanda mirra lloran los arbustos.

Coronando el pavés de la macolla
sangriento cardenal bate sus alas;
las consumidas galas
vertiginoso remolino arrolla;
y sobre el lienzo oscuro del quemado,
de perfiles grotescos,
la ceniza y el aura han dibujado
flores grises y rotos arabescos.

Cuando mengüe la Luna habrá verdores
en el fresco bajío;
y cerriles hatajos corredores
y venado bisoño,
en las tempranas horas del rocío
alegres pacerán tiernos retoños.

XII

La riente primavera,
Primavera fugaz, del sol amiga;
La que lluvia de flores le prodiga
Al monte y la pradera,
También como la hierba al pobre arbusto
la primorosa dádiva recibe,
y de su escasa floración primera
el botón más hermoso
prende sobre el cabello revoltoso
la inocente muchacha sabanera.

¡Oh florida estación! Haced que nunca
turbe dolor violento
la paz de mis nacientes alegrías…
Y cuando vuele al fin mi pensamiento,
cuando vuele hacia allá, cuando yo muera,
que sea su compañera
la más brillante aurora de tus días!.

XIII

En estas dulces tardes veraniegas,
cuando el sol, que se va, desde lejano
purpurino confín, luz moribunda
esparce por el llano,
y del boscaje todo rumoroso,
y de un amor desconocido en alas,
por el aire sutil suben serenas
la canción funeral de las chicharras
y la ronca canción de las colmenas;
cuando apaga el purpúreo sangriento
y brota el color gris al horizonte
baña de nuevo en rojo
la columna de fuego que calcina
la tostada maleza del rastrojo.

XIV

Al tornar frescos hálitos del Norte,
del país de la nieve,
en junco silbador y hora leve
tendrá el estero florida corte.

Al pie de sus ganados,
y cuando caiga la primera bruma,
volverán los pastores emigrados;
volverán las vacadas
a repletar las cercas, y de espuma
a coronar los botes,
la linfa de las ubres ordeñadas.

Concertará de nuevo la alegría
el coro de las voces;
tras la recia labor –ya muerto el día—
caballeros veloces
partirán la amorosa romería;
y al calor del brasero,
cuando la noche pavorosa avance,
cantando irán de trovador llanero
la copla, el tono triste y el romance.

XV

Sin amor, sin deber ¿qué existencia?
¡Es tiempo aún de combatir!  Procura,
Oh Bardo sin ventura,
Que cese al fin tu dilatada ausencia!

¡Es tiempo aún de combatir! Acude,
ven a luchar con juveniles bríos
por el bien de la raza cuyos lares
consagra el almo sol junto a los ríos
y cerca de los próvidos palmares.
Por el bien de la raza que abandona
El rincón sin azares…

Por amor a tu raza en desventura;
por esta pobre tierra,
que el maléfico genio de la guerra
convierte ya en enorme sepultura;
por estos seres buenos y sencillos;
por este pueblo amado,
que vive –noble víctima—entregado
a la ciega ambición de los caudillos.


XVI

Tus pasos vuelva hacia el hogar, ¡oh Bardo!
Yace por tierra el matizado velo
con el cual primavera engalanaba
los montes de tu suelo.
Cantando sin reposo le
pide lluvias al cielo,
conquistan con la fuerza y la osadía
nidos para el invierno los turpiales;
en los ralos matales
mueve el amor trinada algarabía;
y con tesón rayano en el enojo,
en la verde oquedad de la montaña
el carpintero de bonete rojo
cincela el tronco hasta la dura entraña.

Nueva decoración y nuevo encanto
lucen las atrayentes lejanías
que tu espíritu amó con amor santo.

Grises tapicerías cubren el horizonte. 
La llanura tiene otra vez reverdecido manto.

Como en aquellos días
del venturoso tiempo ya lejano,
en pos de mis pasadas alegrías,
vuelvo a tender la vista sobre el llano.

Caído en la remota lontananza
sin su manto de gloria,
el moribundo sol parece un cirio
que alumbrase honda cámara mortuoria.

El viento, sin rumor, apenas riza
la silente laguna en cuyo espejo
invisible dolor vertió ceniza;
y con vuelo despacio,
de la tarde a los pálidos reflejos,
las garzas que se irán, que se irán lejos,
pueblan de cruces blancas el espacio.

Hoy como ayer, andando a la ventura,
absorta la mirada, lento el paso,
trayendo margaritas del Ocaso,
miro bajar la noche a la llanura.

Mas de pronto pensando que fue triste,
pensando con dolor, pensando en ella,
me arrodillo en el polvo del camino
que en hora igual de gozo vespertino
recibió las caricias de su huella.

¡Oh destino de todos los que amaron!
¡Oh destino cruel! ¡Tú me condenas
a buscar en las móviles arenas
unas huellas que ha tiempo se borraron!

Llanura o cielo, cúspide o abismo;
¡santa Naturaleza!
para el dolor que vivo en tu grandeza
¿cuál palabra mejor que tu mutismo?

¡Oh Madre! El áureo broche de tus días,
y tus campos que amó la primavera,
retienen prisionera el alma de mis muertas alegrías!

Hoy como ayer, y de la noche oscura
bajo la inmensa nave,
en tono triste, quejumbroso y grave
brota doliente canto en la llanura;
y trae breve silencio, cual sonoro
trueno de burlas el cantar vecino,
en son de fiesta, alcaravanes pardos,
abierta el ala de purpúreos dardos,
rompen a carcajadas en su trino.

De pavura o dolor, el grave canto
y la seguida estrepitosa burla,
de crueldad casi humana,
hieren mi corazón, lo hieren tanto
que anheloso y de prisa me levando
a mirar si está sola la sabana.

XVII

¡A meditar no acude cual solía
dulce melancolía
en la tumba del sol! Es la tristeza
la que doliente se arrodilla y reza
cuando, para dormir, desmaya el día

Ya las noches no son como eran ellas
propicias al amor. 
El cielo oscuro a las almas no atrae. ¡Grietado muro, por él se asoman pávidas estrellas!

Ya no brilla inclinada hacia el Oriente
la hermosa Cruz del Sur. Barre las hojas
la ráfaga bravía,
y siguiendo la negra lejanía,
serpean ligeras llamaradas rojas.

XVIII

¡Es tiempo de que vuelvas!...
 ¡Sin mancilla
te aguarda el viejo amor! Viva te espera
del culto del hogar la fe sencilla.

¡Se fue la primavera!
Ruge amenazador trueno lejano
y de soles nublados, agorero,
la cenicienta garza del verano
tañe, al pasar su canto plañidero.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.