"Sólo sé que no sé nada" Sócrates. Aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir. Cuando esto aprendas estarás andando por la senda de la sabiduría.

sábado, 23 de julio de 2016

VALORES: Simón Bolívar


JURAMENTO DE ROMA

JURAMENTO EN EL MONTE SACRO

15 DE AGOSTO DE 1805

√ Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad ... para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada.

√  El despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.


¿Conque éste es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz; sin proyectos de reforma, Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas, por un Trajano cien Caligüelas y por un Vespasiano cien Claudios.
Este pueblo ha dado para todo; severidad para los viejos tiempos; austeridad para la República; depravación para los Emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo entero; ambición para convertir todos los Estados de la tierra en arrabales tributarios; mujeres para hacer pasar las ruedas sacrílegas de su carruaje sobre el tronco destrozado de sus padres; oradores para conmover, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio; satíricos, como Juvenal y Lucrecio; filósofos débiles, como Séneca; y ciudadanos enteros, como Catón.
Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada. La civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus fases, han hecho ver todos 0ppppppppp0 elementos; mas en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.
¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!
Simón Bolívar

En síntesis,  vigencia plena en la aseveración:

√ La causa de la humanidad, la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva...

√ ... no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.

viernes, 22 de julio de 2016

Poemas a Bolívar


BOLÍVAR
                             
                                                         Ernesto Luis Rodriguez


Raíz de pueblo. Semilla
que arborizó libertades.
Brazo de izar tempestades.
Mente de fúlgida arcilla.
El Chimborazo le brilla
de eternidad en la piel.

Llega en heroico tropel
al corazón de la historia.
No debe nada a la gloria:
¡la gloria es hecha por él!

Viril, gallardo, valiente,
hijo del sol y del rayo,
un relámpago a caballo
que va por el continente.

Del ventisquero la frente
resuena bajo su planta;
el tricolor de la manta
sabe de ignotos confines,
y en pedestal de clarines
la voz de siglos levanta.

Volcán de nervios. Mirada
que pone luz en el viento.
Llama de cálido acento
deja en el aire sembrada.

Vibrante cruza la espada
por llanos y cordilleras;
inspira audacias guerreras
a cinco pueblos hermanos,
y le florecen las manos
¡con un rosal de banderas!

Símbolo fiel, trayectoria
de libertad en el hombre,
con el fulgor de su nombre
relampaguea la historia.

Palpita bajo su gloria
de plenitud Venezuela,
nos ilumina la estela
del libro que se repasa;
vive en la luz de la casa
y en el amor a la escuela.


solanolgonzalov.blogspot.com

jueves, 21 de julio de 2016

POLÍTICA: Triunfar

La Gota de Sol

¡Triunfar!

Prof. Gonzalo V Solano L

Museo Bolivariano de Pativilca
Entre los muchos episodios de la gesta emancipadora de mayor admiración y de importante motivación para afrontar dificultades, destaca la célebre exclamación del Libertador en la ciudad de Pativilca, allá en el Perú. Puede que los intérpretes de los hechos históricos vean este episodio desde otras aristas, pero la enseñanza de fondo considero que ofrecen múltiples variantes para impulsar comportamientos firmes, claros y radicales conforme sean los desafíos que se nos presenten.

Era enero de 1824, cuando esta casona  cuya imagen anexamos, ubicada en Pativilca, Perú, se convirtió en el Cuartel General del Libertador Simón Bolívar.

Perteneció a los esposos Juan Canaval y Luisa Samudio; allí se hospedó nuestro Libertador Simón Bolívar para recuperar la salud, y a  la vez preparar la ofensiva final de la gesta libertadora.

Porque Bolívar aún enfermo no perdía de vista su misión en la vida ni se dejaba atropellar por la guerra, no precisamente guerra no convencional solamente. Tampoco vivía quejándose de las arremetidas del imperio español, lo enfrentaba sin titubear y sin estarle clamando nada ni tendiendo manos de paz en plena guerra. 

Fue en este lugar donde se produjo la exclamación famosa sucedida durante la visita del coronel Joaquín Mosquera, quien preocupado por la crisis del ejército patriota por las altas deserciones pregunta al Libertador

– ¿Qué piensa usted hacer ahora? –

Bolívar debilitado por las fiebres, bajo las sombras de una palmera responde con la firmeza del guerrero: 

–¡Triunfar !–

Esta respuesta provocó que los desalentados subalternos salieran de Pativilca en busca de remontar las adversidades. 

Y triunfaron...en agosto y diciembre con las batallas de Junín y Ayacucho, sellaron definitivamente la libertad de Perú y América.

Los Chavistas, los bolivarianos, estamos llamados a triunfar ante esta o cualesquiera otra guerra que nos planteen los enemigos internos y externos de la patria, y no estarle rogando a los EE.UU ni a nadie, que restablezcamos relaciones normales, fructíferas y armónicas, siendo claro que nos tienen en la mira y nos hacen la guerra para apropiarse mediante la rapiña de siempre de nuestros bienes. Lo que tenemos que hacer es triunfar.

domingo, 17 de julio de 2016

REFLEXIONES: La Eternidad

ETERNIDAD


"La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad."

Nelson Mandela

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      "Mi reino no es de este mundo..."
                     Jesús de Nazaret

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  "El alma es un vaso que solo se llena con eternidad."

Amado Nervo

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Sed de eternidad 

(Miguel  Unamuno)

Ni a un hombre ni a un pueblo se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona. Se le puede cambiar mucho, hasta por completo casi; pero dentro de la continuidad. Todo lo que en mí conspire a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme y, por lo tanto, a destruirse. Porque para mí, el hacerme otro, rompiendo la unidad y la continuidad de mi vida, es dejar de ser el que soy; es decir, es sencillamente dejar de ser. Y esto no: ¡todo antes que esto!
¿Que otro llenaría tan bien o mejor que yo el papel que lleno? ¿Que otro cumpliera mi función social? Sí, pero no yo. Un alma humana vale por todo el universo. Un alma humana, ¡eh! No una vida. La vida esta no. Y sucede que a medida que se cree menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente, personal y concreta, se exagerará más el valor de la pobre vida pasajera.
Y toda esta trágica batalla del hombre por salvarse, ese inmortal anhelo de inmortalidad no es más que una batalla por la conciencia. Si la conciencia no es más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas, entonces no hay nada más execrable que la existencia. Por lo que a mí hace, jamás me entregaré de buen grado, y otorgándole mi confianza, a conductor alguno de pueblos que no esté penetrado de que, para conducir un pueblo, conduce hombres, hombres de carne y hueso, hombres que nacen, sufren, y aunque no quieren morir, mueren; hombres que son fines en sí mismos, no solo medios; hombres que han de ser lo que son y no otros; hombres, en fin, que buscan eso que llamamos felicidad. Es inhumano, por ejemplo, sacrificar una generación de hombres a la generación que le sigue, cuando no se tiene sentimiento del destino de los sacrificados. No de su memoria, no de sus nombres, sino de ellos mismos.
La razón, lo que llamamos tal, el conocimiento reflejo y reflexivo, el que distingue al hombre, es un  producto social. La sociedad humana, como tal sociedad, tiene sentidos de que el individuo, a no ser por ella, carecería. Un individuo suelto puede soportar la vida y vivirla buena, y hasta heroica, sin creer en manera alguna ni en la inmortalidad del alma ni en Dios, pero es que vive vida de parásito espiritual. Si se da en un hombre la fe en Dios unida a una vida de pureza y elevación moral, no es tanto que el creer en Dios le haga bueno, cuanto que el ser bueno, gracias a Dios, le hace creer en él. La bondad es la mejor fuente de clarividencia espiritual.
Y es que ese sentido social, hijo del amor, padre del lenguaje y de la razón y del mundo ideal de que él surge, no es en el fondo otra cosa que lo que llamamos fantasía e imaginación. Esa facultad íntima social, la imaginación que lo personaliza todo, es la que, puesta al servicio del instinto de perpetuación, nos revela la inmortalidad del alma y a Dios, siendo así Dios un producto social. Si un día ha de acabarse toda conciencia personal sobre la tierra; si un día ha de volver a la nada, es decir, a la absoluta inconsciencia de que brotara el espíritu humano, y no ha de haber espíritu que se aproveche de toda nuestra ciencia acumulada, ¿para qué esta? Porque no se debe perder de vista que el problema de la inmortalidad personal del alma implica el porvenir de la especie humana toda.
¿De dónde vengo yo y de dónde viene el mundo en que vivo? ¿Adónde voy y adónde va cuanto me rodea? ¿Qué significa esto? Debajo de esas preguntas no hay tanto el deseo de conocer un por qué como el de conocer el para qué , no de la causa, sino de la finalidad. Solo nos interesa el por qué en vista del para qué; solo queremos saber de dónde venimos para poder averiguar adónde vamos.
¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea y que significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber, si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido. Y hay tres soluciones: a) o sé que me muero del todo y entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una cosa ni otra, y entonces la resignación en la desesperación.
¿Pero podemos contener a ese instinto que lleva al hombre a querer conocer y, sobre todo, a querer conocer aquello que a vivir, a vivir siempre, conduzca? A vivir siempre, no a conocer siempre. Porque vivir es una cosa y conocer otra y acaso hay entre ellas una tal oposición que podemos decir que todo lo vital es antirracional, no ya solo irracional, y todo lo racional, antivital. Y ésta es la base del sentimiento trágico de la vida.
El universo visible, el que es hijo del instinto de conservación, me viene estrecho, me es como una jaula que me resulta chica, y contra cuyos barrotes da en sus revuelos mi alma; fáltame en él el aire que respirar. Más, más y cada vez más; quiero ser yo, y sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme a la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo. De no serlo todo y por siempre, es como si no fuera, y por lo menos ser todo yo, y serlo ahora para siempre jamás. Y ser yo es ser todos los demás. ¡O todo o nada! ¡Eternidad!, ¡eternidad! Este es el anhelo: la sed de eternidad es lo que se llama amor entre los hombres; y quien a otro ama es que quiere eternizarse en él. Lo que no es eterno tampoco es real.
¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!, ¡ser siempre!, ¡ser Dios!
Si al morírseme el cuerpo que me sustenta, y al que llamo mío para distinguirme de mí mismo, que soy yo, vuelve mi conciencia a la absoluta inconsciencia de que brotara, y como a la mía les acaece a las de mis hermanos todos en la humanidad, entonces no es nuestro trabajado linaje humano mas que una fatídica procesión de fantasmas, que van de la nada a la nada, y el humanitarismo lo más inhumano que se conoce. Si del todo morimos todos, ¿para qué todo? ¿Para qué? Es el ¿para qué? que nos corroe el meollo del alma, es el padre de la congoja, la que nos da el amor de esperanza.
El hambre de Dios, la sed de eternidad, de sobrevivir, nos ahogará siempre ese pobre goce de la vida que pasa y no queda. Es el desenfrenado amor a la vida, el amor que la quiere inacabable, lo que más suele empujar al ansia de la muerte. Anonadado ya, si es que del todo me muero, se me acabó el mundo, ¿y por qué no ha de acabarse cuanto antes para que no vengan nuevas conciencias a padecer el pesadumbroso engaño de una existencia pasajera y apariencial? Si deshecha la ilusión de vivir, el vivir por el vivir mismo o para otros que han de morirse también no nos llena el alma, ¿para qué vivir? La muerte es nuestro remedio.
No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo, quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia.
Cuando las dudas invaden y nublan la fe en la inmortalidad del alma, cobra brío y doloroso empuje el ansia de perpetuar el nombre y la fama. Y de aquí esta tremenda lucha por singularizarse y por sobrevivir de algún modo en la memoria de los otros y los venideros, esa lucha mil veces más terrible que la lucha por la vida, y que da tono, color y carácter a esta nuestra sociedad, en que la fe medieval en el alma inmortal se desvanece. Cada cual quiere afirmarse siquiera en apariencia. Nuestra lucha a brazo partido por la sobrevivencia del nombre. Se retrae al pasado, así como aspira a conquistar el porvenir, ¿qué significa esta irritación cuando creemos que nos roban una frase, o un pensamiento, o una imagen que creíamos nuestra; cuando nos plagian? ¿Robar? ¿Es que acaso es nuestra, una vez que al público se la dimos? Tremenda pasión esa de que nuestra memoria sobreviva por encima del olvido de los demás si es posible. La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.
¿Orgullo querer dejar nombre imborrable? Ni esto es orgullo, sino temor a la nada. Tendemos a serlo todo por ver en ello el único remedio para no reducirnos a nada. Queremos salvar nuestra memoria, siquiera nuestra memoria. ¿Y si salváramos nuestra memoria en Dios?

VENEZUELA: Costumbres, leyendas y tradiciones



LEYENDA DE LAS CINCO ÁGUILAS BLANCAS
Leyenda rescatada por Tulio Febres Cordero,
publicada en el periódico Merideño EL LÁPIZ del 10/07/1895

Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento; cinco águilas blancas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.

¿Venían del Norte? ¿Venían del Sur? La tradición indígena sólo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota.

Eran aquellos días de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios Mirripuyes, habitantes de Ande empinado.

Era la hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía; remedaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.

Caribay vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su coraza con tan raro y espléndido plumaje. 

Corrió son descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. 

Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeaba de gris y esmeralda, la escala que formaban los montes, iba por onda azul del Coquivacoa.

Las águilas blancas se levantaron, perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. 

No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra.

Entonces Caribay pasó de un risco a otro por las escarpadas sierras, regando el suelo con sus lagrimas. 

Invoco a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. 

Las águilas se habían perdido de vista, y el sol se hundía ya en el Ocaso.

Aterida de frío, volvió sus ojos al Oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto detúvose el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte.

Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. 

La luna habia aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas. 

Y en tanto que las águilas descendían majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes moduló dulcemente sobre la altura su selvático cantar.

Las misteriosas aves revolotearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el Norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.

Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frío glacial entumeció sus manos: las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.

Caribay da un grito de espanto y huye despavorida.

Las águilas blancas eran un misterio, pero no un misterio pavoroso. 

La luna oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas se despiertan.

Erizanse furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.

Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida.

Las cinco águilas blancas de las tradición indígena son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve.

Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en esos días de páramo, es el remedo del canto triste y monótono de Caribay, y el mito hermoso de los Andes de Venezuela.